domingo, 21 de septiembre de 2008

Alegato contra el trabajo


Se lanzará desde el trapecio sin dudarlo, maliciosa, impelida por el rencor que los diez años de explotación sin tregua han generado en su frágil cuerpecito de artista. Y es que la atracción ilusoria de cuyo balanceo dependen los asombros infantiles esbozados en ojos de buey y en bocas como de besugo se ha cansado de protagonizar espectáculos ajenos a su naturaleza. Sin más motivación que la de una venganza fraguada en el anonimato, y con un brinco que de puro prodigioso trasciende la invisibilidad, la pulga aterriza de aguijón sobre el amo para a golpe de picotazos conquistar el parasitismo. Llamadlo, si queréis, éxito evolutivo.

martes, 16 de septiembre de 2008

BLOOD BROTHERS


La taberna estaba desierta y en una penumbra matizada de ámbar que invitaba a la intimidad. El taburete, una minucia incómoda y sin respaldo, contrastaba en firmeza y estoicismo con el temblor de mis piernas encajadas en la breve tablilla transversal. Olía como huelen los desvanes cuando tienes siete años y te escondes entre los cachivaches de la mano del niño que te gusta, con el corazón en un puño y la respiración contenida en una mueca de asombro y culpabilidad difusa.
La timidez, disfrazada de sonrisa, surgía a llamaradas de sus ojos y de su boca cerrada; mi descaro, casi inexistente pese a la apariencia de pantera, se ruborizaba al amparo de la oscuridad tiñendo de sudor la línea de mi columna.
Tan sólo nos miramos. Al principio a intervalos cortos y con el pudor del que se sabe a la vez transparente y colmado de secretos, cediendo a la debilidad de la carcajada y bebiendo a sorbitos de la copa en un gesto en todo equivalente al de los niños que entierran la cara en la cuenca de las manos creyéndose invisibles y a salvo del adulto que les hace carantoñas.
Aun intuyendo la negativa, no quise evitarlo y me precipité sobre su boca. Sé valiente, Stella, y toma las bridas de tus desseos: quieres morderle la boca y gemirle sobre la lengua, quieres abrirle los labios y chuparle los dientes y el paladar, quieres subirte encima y sentirle inmenso entre las piernas trémulas, quieres abrazar la plácida brutalidad que se adivina en sus gestos pausados y como de león satisfecho con la benevolencia del clima, quieres que te posea sobre el suelo de esa taberna en que tantas veces has matado el rato imaginando intensidades de calibre cincuenta, quieres experimentarle a fuego y con desmesura plena, quieres saber que te dessea y que comprende el ardor que te consume a ráfagas.
Y aunque lo comprendía, y participaba, no pudo ser y no fue. Euforia, mareo, abrasión, inseguridad fundamentada en dogmas acerca de lo que aun debiendo no debe en ningún caso ser. Stella, ¿has hecho lo correcto? ¿Estás segura de no haber faltado al respeto ni de no haber tratado de corromper algo incorruptible y valioso? Y aunque Stella duda, y se reprende con la suavidad del que en el fondo está satisfecho de sí mismo, finalmente cede y se deja llevar por la corriente del desseo para limitarse a mirar con asombro el rostro de ese vetado hacedor de íntimos y aparatosos diluvios. Las miradas se asientan, se prolongan, fluyen con la libertad absoluta del que no aspira ya a trascender el margen torturante de la culpa. Matizadas por la conjugación excitante y peligrosa de dos ritmos respiratorios ascendentes y a la par, se corresponden en la medida de lo imposible e invocan un polvo metafísico y platónico que me disuelve en un charco de anhelo insoportable y delicioso.
¡Cómo le desseo, Dios! El saberle íntegro e inaccesible al contacto me enerva hasta el delirio y me vulnera: si me acerco un centímetro más le destrozo a mordiscos.