lunes, 14 de noviembre de 2011

El orden de los monotremas


Mi madre es una rara avis del orden de los monotremas que siempre ha sabido valerse por sí misma. Para traerme al mundo mi madre puso un huevo y, viendo que era bueno, lo hirvió en agua toffana dentro de un caldero negro vuelto del revés, añadiendo a cada rato ingredientes de su gusto entre los que se contaban, o así me gusta pensarlo al menos, grasa y corazones infantiles; cicuta, yerba mora y beleño; bufotenina de sapo encantado y mandrágoras con cara de trasgo, arrancadas de la tierra con  ayuda de mulas sordas aunque de extraordinaria fertilidad; ruda, estramonio y nux vomica y al menos tres corazones de gacela que, arrebatados a la fuerza en bosques tenebrosos a cazadores de talante bondadoso, para que surtan efecto hay que atravesarlos con catorce alfileres oxidados, involucrados en prácticas abortivas. Con todo esto hizo un emplasto, una mezcolanza, un guiso, que una noche de luna llena enterró al pie de voluptuosa y retorcida higuera. Noche tras noche, sobre el nicho que habría de contener su homúnculo, aspergió orines, sudor y sangre íntima hasta que la tierra pareció ir adoptando el aire trémulo, gordezuelo y lácteo de las crías de hombre. Con heno, acónito, láudano, mimo y paciencia infinita entretejió una cuna diminuta, esférica o rectangular según el ojo con el cual se la mirara, que cabía en el hueco de la chimenea, se mecía sola cuando quería y sabía cómo hacer que un homúnculo se desarrollara pleno, creciera parejo en estatura y delirios de grandeza y transmutara, cuando le correspondiera, su sexo en el que más rabia le diera. Así, de homúnculo masculino muté, con la ayuda de ciertos bebedizos cuya composición me está vetado revelar a cualquiera ajeno al mundillo de los pactos diabólicos, en un retoño de ninfa que, en aquellos primeros años de la metamorfosis y a modo de efecto secundario por la ingesta de tantísima ponzoña, más se asemejaba a un tubérculo negruzco y leñoso que a un hada u otra criatura feérica. Las lágrimas que lloraba ante el reflejo de mi deformidad en todo espejo o charco que se me cruzara no conmovían a mi madre, que como sabiendo algo que yo ignoraba sonreía condescendiente y enigmática, susurrando cuando cabizbaja me veía alejarme que, lo que no me matara, más fuerte y poderosa me haría.
Fuerte y poderosa. Fuerte y poderosa. A la par que me llenaba de aspiraciones del tamaño de catedrales, fui con los años perdiendo la costra de fealdad aparente y aprendiendo, a veces a fuerza de trompicones capitales, que la belleza no resta monstruosidad al carácter, y que un monstruo, si hacemos caso a Jarry, no es sino un "original de belleza inagotable” . Sobre la ninfa transexual, negruzca y arrugada que fui, los sintagmas susodichos actuaron a modo de mantra, y tanto fue así que, sin apenas darme cuenta de lo que pasaba, comenzaron a ocurrir cambios sensibles: la costra dura y como de patata vieja comenzó a desprenderse de la carne tierna, lívida e irritada por tantos años escondida del sol y entre tinieblas. Los huesos, que hasta entonces habían permanecido entumecidos, encorvados sobre sí mismos en una postura agazapada y asimétrica que recordaba a la de los simios, parecieron de pronto desplegarse y adoptar, tras un único y doloroso espasmo oseo esquelético que puso, al provocar un huracán, en alerta def con uno a la ciudad, cierto aire gallardo y altivo. Ya erguida y en carne viva, libre de cortezas, crisálidas y agarrotamientos, recuerdo haber salido al exterior, desnuda y sangrando por al menos tres agujeros, a beberme el aire, el ruido y cualquier cosa susceptible de resucitar mis sentidos atrofiados. En algún instante de aquella orgía sensorial perdí el conocimiento y me desplomé contra una piedra de pico, y a pesar de que se abrió en mi craneo, aún lampiño, un nuevo y sangrante orificio, más que a un lacerante dolor asocio la brecha a una suerte de abrazo cósmico, brusco y repentino. Cuando desperté del trance y del pasajero extravío, era humana.
Monstruosa, excesiva, demasiadamente humana; pura de raza y cepa y corrompida hasta la raíz. Dispuesta a todo con tal de crecer en quimérica y compleja sofisticación, pero con una debilidad de base que con el tiempo me llevaría a perpetrar algunas deconstrucciones. La fijación con el dominio y con el poderlo todo es del todo incompatible con la inseguridad asociada a ser humano y mortal. Consciente de la muerte y del absurdo pasajero de este existir que apenas si ha empezado y ya está tocando a su fin, sólo resta consumirse a paso de tortuga y pleurar por que la dulce y bella vida siga estirándose de vez en cuando.

jueves, 10 de noviembre de 2011

dE crEtiNa A cReTiNoS:


Bienvenidos sean el exceso, la pantomima y la carcajada orate, la sangre al revolverse ante el milagro del desseo; la procrastrinación concienzuda y eterna de ingreso en la adultez desmoralizadora y responsable; la certeza de insubordinación a los cánones de la mayoría y de las élites ingenuas que, creyéndose minoritarias y más avispadas que el resto, no son sino la prueba de lo sibilino que puede tornarse el reaccionarismo. Benditos sean el asilvestramiento y las extralimitaciones, las idas de pinza y los pasarse de la raya; no saber en qué día de la semana se vive ni aburrirse nunca lo suficiente como para ponerse a hacer hijos o a buscar trabajo. Maldigo la existencia de gordos complacidos que lleváis, creyéndoos transgresores por odiar lo mismo que los demás odian; sin pensar, siquiera durante un instante, que con vuestra tibieza perpetuáis una especie de profilaxis nacionalsocialista y rubia. Alabados sean el descontrol y la conducta temeraria, la no identificación con colectivo alguno, el radicalismo de ideología cambiante constante en su arrebatamiento. Mi bendición para los que caminan atormentados y solos, para los malditos que entre las multitudes se reconocen por resultar más tridimensionales y nítidos, para aquellos a los que enferma la afiliación a cualquier clase de causa de interés ajeno al dionisíaco, para los que en el rebaño no encuentran sino soledad y se salvan, sólo gracias al apassionamiento amoroso, de que la existencia los aniquile y los reduzca a cenizas. Maldigo la mesura, el compromiso y la indignación que os gastáis, jugando a en nombre de abstracciones varias (ecología, paz, necesidades de cambio) derrocar aburrimientos cuya responsabilidad os compete en exclusiva a vosotros. Sí, vosotros, mierdecillas redomadas que ansiáis que se cumplan las profecías mayas, para ver si en un contexto apocalíptico halláis la manera de protagonizar alguna heroicidad de las que en el presente, con todos los recursos y neuronas que habéis ido despilfarrando por el camino, no tenéis agallas ni cojones para llevar a buen término. Vosotras, criaturas pragmáticas que renegáis de cualquier clase de cinismo para caer, por el otro lado, en ese pozo negro amargado y con hiel por espíritu que es el sarcasmo del que gusta de ofenderse por todo. A vosotras, indignadas sabandijas que hacéis de la mediocridad bandera hablando y moviéndoos como cantamañanas, os dedico la maldición presente para ver si, exorcizándoos de mi pensamiento, evito que mi organismo se transmute en una ponzoña cancerígena. Solidarios y concienciados del mundo, espero que este escupitajo ejerza fascinum sobre vosotros y que, en una de esas marchas a las que os soléis entregar con o sin el consentimiento del gobierno, malotes, que sois unos malotes, acabéis como los lemmings o como quien la pifia jugando al Dungeons and Dragons, precipitándoos al vacío o autoensartados con una flecha que rebota contra vuestro cuerpo. A vosotros, apóstatas de corazón, demasiado cobardes y timoratos de la muerte para seguir la senda del desseo hasta sus últimas consecuencias, a vosotros que os volvéis prudentes con la edad y que de tanto autoobservaros se os ha olvidado hasta cómo usar la polla, a vosotros que os habéis rendido a la dorada mediocridad de enfrascaros en vulgaridades intangibles, deciros me resta una única cosa sobre este panfleto con que mi monstruosidad os obsequia: que delicadamente se os atragante obstruyéndoos las respiratorias vías.