jueves, 12 de febrero de 2015

QuÉ MaLaS Son


Siempre me ha molestado, ya que no sorprendido, que Perros de paja sea considerada misógina por algunos. Alegan, creo, que la Amy interpretada por Susan George no es clara y que el desenlace ultraviolento que se desata es en cierto modo precipitado por su actitud. ¿Qué actitud es ésta, me pregunto yo, que hace a ciertas personas suponer que Peckinpah quiso dar una imagen desfavorable de la mujer? Aunque en realidad Peckinpah hubiera querido retratar a una mujer perversa, no por ello tendría que estar tratando de insinuar que todas son como su personaje, pero en fin, que tampoco me parece probable que el director (o que el escritor de la novela, pues basada en una novela está) hayan pretendido sugerir que Amy sea una cabrona. O no más cabrona, al menos, que el resto de los personajes implicados. ¿Por qué se espera de ella una mayor integridad, una mayor coherencia? ¿Porque es una mujer? Que los hombres de la historia sean o pusilánimes o bestias primitivas (la mayor parte del tiempo ambas cosas) no trata, al parecer, de dar una imagen desfavorable del hombre, pero que se note que a Amy le gusta que la miren y que su rostro durante la violación no sea una máscara perfecta de dolor sí que está puesto ahí, o eso piensan algunos, porque Peckinpah es un misógino.  Pues bien, a la luz de lo que acabo de exponer yo digo que no sólo Perros de paja no es una película misógina (no sé si Sam Peckinpah lo será, pero a lo que me estoy refiriendo aquí es a una obra y no a un autor), sino que los que dicen que lo es son los misóginos. 

Esperar que el comportamiento de Amy sea intachable teniendo en cuenta el que muestra el resto del plantel es medieval. Recuerda a la caza de brujas y al tema de las posesiones demoníacas. Si un hombre se comporta como una bestia para imponerse hace, ni más ni menos, lo que se espera de él. Si una mujer es consciente, siquiera durante un lapso breve, del alcance de su poder es diabólica. Cualquier personaje femenino que en el cine muestra cierta ambigüedad, esto es, que no es plano, es puesto en cuarentena al instante por unos y por otros. Y con esto me refiero tanto a los de un lado (si es que es posible hablar de lados dentro de un mismo continuo de estupidez) como a los del otro. Tanto a los que en efecto asocian ciertas características desviadas al sexo femenino como a los que, cual adalides de lo correcto (de lo políticamente correcto, se sobreentiende), están siempre escandalizándose con espectros misóginos sin caer en la cuenta de que ellos son, como mínimo, tan machistas como aquellos a quienes creen combatir.

En la escena de la violación (que no olvidemos que es una verdadera violación, en el sentido de que Amy dice enfática y repetidamente que no y opone al acto fuerza física) fue muy controvertido el hecho de que ella, que por cierto estaba siendo forzada por un antiguo novio suyo y cuyo hasta entonces pusilánime marido no la miraba ni con un palo, haya momentos en los que parece que disfruta con el asunto. Sin pretender sugerir que a las mujeres les guste ser violadas más de lo que pretendo sugerir que a los hombres les guste violar (adalides de lo correcto, que os veo venir), creo que no es descabellado suponer, teniendo en cuenta además lo agradable que en el fondo es que lo toquen a uno, que no es necesario que una persona (ni hombre ni mujer) sea mala para que su cara muestre cierta confusión cuando el que la está violando es además una antigua pareja. No sé si Peckinpah pretendió con esto esputar a la cara del sexo femenino, pero desde luego no es lo que la película muestra. Como dijo no sé quién en referencia a que los escritos sobre la obra de un autor lleguen a ocupar más espacio que  la obra completa del autor en cuestión,  "si Kafka hubiera querido decir lo que dicen sus críticos lo habría escrito él, ¿no?". Pareciera que el autor que presenta un personaje femenino tridimensional, o sea interesante, con todas las ambigüedades que cualquier personaje interesante y tridimensional conlleva, se arriesgara a ser tachado de insensible. No debería confundirse la lucha por la igualdad de derechos con la mojigatería, y menos cuando de lo que se habla es de una película como Perros de paja, ultraviolenta. 

Aunque no he visto el remake (los remakes de ciertas películas son por completo innecesarios y una osadía por parte de los nuevos directores que, es mi opinión, deberían si su revisión resulta ser un fiasco -y lo resultará en el noventa y nueve por ciento de los casos- hacerse el seppuku por sentido del honor), estoy segura de que en él habrá quedado poco de la ambigüedad original del personaje de Amy. Como ya pasó con el desleído remake de La última casa a la izquierda (película que a su vez es un nada desleído remake, aunque eso sí extraoficial, de aquella rape & revenge pionera - y por tanto sin revenge- que es El manantial de la doncella),  los momentos más crudos habrán sido suavizados, cuando no suprimidos, para hacer la película accesible a todos. Da igual el tiempo que pase y que la subversión esté en cierto modo de moda, al final ni siquiera hemos superado la asociación entre sexualidad y perversidad moral (femenina) que grabó a fuego en nosotros el cristianismo. Creyendo defender una causa justa, exigimos que en un entorno en el que claramente impera la ley de la selva la mujer, por el mero hecho de ser mujer, sea mostrada como pasiva y sufridora en esencia. El personaje de David, en este contexto selvático y predatorio alejado del mundo de la razón, tiene en cada momento lo que se merece. Cada personaje lo tiene, en realidad, y de ahí que la película resulte tan redonda y conmueva del modo en que lo hace.  El mensaje es claro, y ultraviolento: ¿con qué derecho le exiges a tu mujer que se comporte como una dama si tú eres incapaz de comportarte como se comporta un hombre? David termina por captar el mensaje y, decidido a jugar a los bolos, no se conforma con menos de un pleno, pero al final todos acaban perdiendo algo. En el caso de David, tal vez la inocencia que le hacía bueno. Es lo que tiene pasar a regirte por leyes como las del territorio y negarte a que nadie venga a mearse en tu jardín.

domingo, 8 de febrero de 2015

La Deep Web




Este verano me enteré de que lo que conocemos por Internet, oséase, la Internet directamente accesible a través de buscadores habituales como Google, es sólo la punta del iceberg de un espacio gigantesco y salvaje conocido como Internet Profunda en el que, si se tiene la pericia suficiente, es posible una navegación de aventura.

Como leí en no recuerdo dónde, "la Deep Web ofrece un consuelo simbólico y psicológico al usuario". A mí, que como ya he dicho supe de su existencia en verano y que estaba, por aquel entonces, necesitada de consuelo, desde luego me pareció que lo ofrecía. De entrada el curioso que se aventura en la Deep Web vía TOR (siglas de The Onion Router, un buscador que hasta cierto punto permite el anonimato en la red), tiene la sensación de adentrarse en un terreno misterioso y parecido al que los primeros usuarios de Internet debieron de tener la sensación de acceder. Los tiempos de búsqueda más lentos, la interfaz rudimentaria y la necesidad de escribir la dirección completa de las páginas web (las cuáles además de mudarse cada dos por tres de ubicación no tienen nombres intuitivos como en Google, sino que se llaman por secuencias aleatorias de caracteres), remiten al niño oculto en nuestro adulto exterior a películas como Terminator, Juegos de guerra o Robocop. Todo es más oscuro y recuerda a como era la Red en sus inicios, y el diseño minimalista de las páginas se parece poco al entorno de ventanas e imágenes flash que estamos acostumbrados a manejar. Es inevitable pensar en hackers conocedores de Linux y en información gubernamental secreta a la deriva en ese espacio virtual pero también simbólico que es la Red, al sumergir el hocico en esta cara oculta de la luna internauta que por si fuera poco está plagado, como cualquier espacio inexplorado lo está, de leyendas urbanas con las que jugar un rato a creer que todavía creemos. A mí, como ya he dicho, me resultó la mar de consolador.

Además de un espacio simbólica y psicológicamente acogedor, la Deep Web ofrece la posibilidad, acaso la ilusión de la posibilidad, de navegar sin ataduras. Como si se tratara de un país imaginario o arquetípico cuenta hasta con su propia moneda virtual, el bitcoin, que a veces se asoma al mundo real cual amish que hubiera alcanzado la mayoría de edad participando de la bolsa, y cosas así. Como casi todo en lo que nos va la vida en esta vida, esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes. No hay publicidad, ni control ni censura, lo cual está muy bien siempre que no seamos de los que se escandalizan fácilmente. Si el foro 4chan es famoso por no andarse con remilgos con respecto a lo que permite a sus usuarios publicar, el que sería el equivalente de la Deep (y que en su versión en castellano se llama cebollachan) llega al punto de tolerar apologías de cosas que son delito. Un espacio en el que, sin necesidad de buscar demasiado, se encuentran páginas de pornografía infantil, de venta de armas, drogas y material robado, de anuncios por palabras de sicarios y demás sujetos que ofrecen servicios inverosímiles o por completo ilegales, por necesidad tiene que estar patrullado además de por curiosos por gentuza y por las fuerzas del orden. Aun así, como decía, son más las ganas de creer en que todavía existe algo no regulado por la ley (el equivalente actual y cyberpunk de aquellas tierras inexploradas de la era presatélite que hacían a los hombres embarcarse en viajes de descubrimiento) que lo que de interesante pueda encontrarse, durante un garbeo superficial, en esta parte sumergida de la Red de Redes. Si no se anda uno con ojo y se abstiene de meter la nariz donde no debe puede acabar pescando un resfriado, o algo peor. O eso es lo que nos gusta pensar para que el concepto de Deep Web siga resultándonos atractivo, ¿no? Dónde acaba la leyenda urbana y comienza la peligrosidad real no es fácil decirlo, pero es poco probable que la policía vaya a arrestarnos por entrar una vez, por casualidad o a sabiendas de lo que vamos a encontrar, en una página de contenido dudoso. El moverse por un espacio virtual (esto es, lo suficientemente alejado de lo tangible como para que nuestro sentimiento de seguridad no se vea amenazado) en el que no existe control sobre lo que se publica (o al menos no más control que el que el temor de cada cuál, principalmente al arresto o a ser víctima de un hackeo fatal, le haga autoimponerse) ha por fuerza de despertar al sabueso oculto en todos. ¿Y si contra todo pronóstico fuéramos al final los primeros en descubrir algo de interés? ¿Qué persona, no digamos ya qué hacker, no ha soñado alguna vez con ser detective y revelar lo que está oculto?

A la Deep Web la mayoría llegan porque la han oído nombrar en algún vídeo de DrossRotzank, un usuario de Youtube conocido por elaborar microdocumentales y rankings perturbadores sobre temas en esencia oscuros y cuyo discurso, si se tiene paciencia para bucear en las decenas de vídeos de opinión que ha ido subiendo a su canal, tiene más miga de lo que en principio pudiera parecer. Otros entran buscando, no tanto por psicopatía como por curiosidad morbosa y algo descerebrada, la secuencia snuff de la que hablaba alguna creepypasta que se han tragado más por la necesidad de creer en algo que por idiotez pura y dura, y hacen búsquedas repetidas de memes del calibre de Daisy' s destruction, Dafu Love o Burger Baby sin encontrar nada más que burlas y enlaces falsos que usuarios más veteranos que ellos ponen allí para ridiculizarles. Podría decirse que todo el que entra en un primer momento en la Deep, no bien se ha enterado del secreto a voces que es su existencia, lo hace con la idea de comprobar por sí mismo si es verdad que por allí pululan cosas que en la Red de arriba no se encuentran. Lo que en realidad se encuentran en la Deep Web son páginas que los buscadores normales no indexan. Desde sitios privados de universidades, bases de datos y listas de clientes de empresas hasta webs de hackeo y bibliotecas virtuales desde las que pueden descargarse manuales y libros difíciles de encontrar. En definitiva, pocas cosas que si se sabe buscar no puedan conseguirse en la Internet de siempre y algunas cuya utilidad pocos sabrían aprovechar por desconocimiento.

Las páginas de la Deep Web, cuyo logotipo es una cebolla, pertenecen al dominio .onion. La palabra onion, cebolla en inglés, alude a la disposición en capas de los proxys cifrados que TOR utiliza para asegurar el anonimato. La Deep Web es una cebolla dispuesta en capas en la que la información puede encontrarse pero también no encontrarse en absoluto. Por si fuera poco TOR es un navegador lento que nada tiene que ver con ese eficiente robot araña de Google capaz de adelantarse al pensamiento del usuario, que ya no tiene ni que esforzarse en escribir para encontrar de inmediato lo que buscaba y también lo que no. Aunque no creo que sea imposible toparse con algo de interés en la Internet profunda, está claro que la mayoría de las cosas que el curioso medio busca no es que no se encuentren con facilidad sino que ni siquiera existen. Con respecto a esa leyenda urbana de peso específico en Internet que es el snuff (películas en las que se filman asesinatos reales para su explotación comercial sumergida), no me atrevería a decir que jamás se haya filmado una snuff ni que no exista la posibilidad de encontrar en la Internet superficial o profunda al menos un vídeo de esa naturaleza. Lo que digo es que ciertos vídeos snuff a los que se alude en multitud de páginas y foros, cuyo contenido parece haberse filtrado en forma de narración escrita de lo que muestran pero de cuya existencia nunca hay pruebas porque nadie, jamás, los ha visto de primera mano, son pura invención. Sin entrar en detalles sobre lo que se afirma que contienen, sólo decir que se trata de un catálogo de aberraciones tan grotescas que resulta difícil creer que existan en cifra tal, y no tanto por fe en la bondad del Hombre como por lo desagradable que hasta para un psicópata de los peores sería tener que ejecutarlas. La supuesta organización criminal que se oculta tras las sigas NLF (No Limits Fun), responsable en teoría de al menos un vídeo snuff que por un buen puñado de bitcoins se rumorea que está disponible en la Deep, no es en mi opinión más que un cuento. Y la palabra cuento no es banal. Cualquiera diría que existe alguna suerte de folklore, de tradición oral sumergida de lo horrible, capaz de consolidar a la larga arquetipos como el de NLF. Esta siniestra organización parece más un producto del inconsciente colectivo que una realidad tangible, y recuerda, por lo artificioso de su malignidad, a aquellos bailes de máscaras de Eyes Wide Shut. Al igual que los cuentos maravillosos, que hasta que acaban bien transitan por horrores atroces que sin embargo comprendemos a la perfección (brujas caníbales, padres incestuosos, maridos que te cortan la cabeza), las leyendas urbanas hoy en boga son de gestación colectiva y están conformadas por cosas que nos dan miedo a todos. A todos los que crecimos a la vera de esta cultura y no de otra, digo, aunque quién sabe si el temor a ser destripado en un búnker para solaz de los ricos más degenerados no se ha hecho, con el paso del tiempo, tan arquetípico como una madrastra o como la necesidad de superar siempre tres pruebas.

Las leyendas urbanas han proliferado, como no podía ser de otra manera, en un espacio como el de Internet en el que cada cuál es más o menos libre de escribir lo que le plazca. Un usuario afirma haberse topado con información o imágenes escalofriantes y, según la habilidad que tenga para contarlo, puede llegar a ser creído a medias por un número nada desdeñable de individuos que en el fondo están deseosos de que les convenzan de lo que sea. La fe en lo oculto (en el sentido de esotérico o de escondido sin más) y en la existencia de conspiraciones es una forma como cualquier otra de evadir el aburrimiento. En Internet las leyendas urbanas han mutado en creepypastas, algunas de las cuáles versan sobre la Deep Web y sobre los peligros que en ella acechan al usuario incauto o demasiado curioso. Una creepypasta es un relato anónimo, de contenido inquietante o terrorífico y sin valor literario alguno que ciertos usuarios copian y pegan en foros temáticos con ánimo de incomodar. Narrados en primera o tercera persona del singular, combinan acontecimientos reales con dramatizaciones por completo inventadas para crear la ilusión de que lo que cuentan le ha pasado hace poco a alguien. Son leyenda urbana hecha literatura pulp. Entre las creepypastas más comunes está la del curioso que se topa por casualidad con un vídeo snuff en alguna web que o ya no existe o en la cuál es ya imposible encontrar el archivo en cuestión. Cualquiera que dé algo de crédito a este tipo de relatos acabará, con toda probabilidad, llamando a las puertas de la Deep. Otro de estos fenómenos de Internet que son, además de creepypasta, obras de arte transmedial, es la página web Normal porn for normal people (http://normalpornfornormalpeople.com/). Se describe como dedicada a la erradicación de la sexualidad anormal, o algo parecido, y su contenido consiste en una serie de perturbadores vídeos en blanco y negro grabados, es de suponer, por la persona responsable de la página. Si bien los vídeos no contienen nada censurable en sí mismo (desde luego, y con la excepción de uno en el que un gordo lame un lavaplatos que pudiera tacharse de difusamente  parafílico, no son pornográficos en absoluto) consiguen de algún modo sugerir que son fragmentos de algo de mayor duración. Imágenes fijas de personas enmascaradas o mirando a la pared, voces de niños que jamás llegan a salir en pantalla, paseos cámara en mano por pasillos oscuros y escaleras hacia abajo que recuerdan a los del canal Jack Torrance. Nada censurable ni demasiado espantoso, pero sí inquietante y a ratos hasta amenazador. La cosa no tendría mayor importancia (al fin y al cabo cualquier artista conceptual de nuevo cuño tiene derecho a colgar lo que le salga de las gónadas en Internet) si no fuera por un posteo en referencia a la página que publicó el usuario de un foro. En él afirmaba que una noche que curioseaba por la web de marras se había topado con algunos clips insólitos. En uno de ellos un hombre obeso, reflejado en un espejo fuera de cámara, supuestamente se masturbaba; en otro un perro parecía sufrir en el suelo los síntomas de una intoxicación. En el que revolucionó la caja de comentarios del post una mujer atada a una cama era despedazada por un chimpancé. Por supuesto, cuando multitud de usuarios acudieron a la página en estampida para buscar los vídeos de los que esa persona hablaba no encontraron nada reseñable. Sólo las mismas grabaciones caseras e inquietantes de siempre. Fue la verosimilitud que logró el post de esta persona, gracias a que intercaló descripciones de vídeos que existían en la página con las de otros que no, lo que convierte esta anécdota en especial incluso desde un punto de vista sociológico. Al parecer la policía ha cerrado ya la web un par de veces, aunque ésta siempre acaba reabriendo. El revuelo ha sido grande hasta el punto de haber generado una investigación. Es probable que el autor del post sea el propio creador del dominio, que no sé si con la intención de conseguir publicidad o si porque, en realidad, la obra de arte no era tanto el contenido de la página web como el revuelo que la creepypasta asociada a ella iba a causar, la abrió con ánimo de dar apoyo a una trola de su invención

Naufragando por la Deep Web me he encontrado con usuarios que preguntaban por el vídeo snuff del chimpancé, bautizado como "useless" por la persona que inició la polémica. Esto es a lo que me refiero con lo de que en la Deep impera un caos de leyenda y desinformación en el que es complicado, cuando no imposible, discriminar entre realidad y fantasía. Por debajo de la Deep, en lo que es ya un fondo abisal en toda regla, se extienden las Islas Marianas de la Red (bautizadas así en honor no tanto de la virgen como de la fosa). En ellas se supone que se ubican redes gubernamentales de acceso restringido y espacios a los que se entra por estricta invitación. El acceso ilegal a cualquiera de sus contenidos podría enviar a una persona a la cárcel, o algo peor. Puede que esto suene mitológico y a leyenda de las de manual, pero resulta bastante verosímil en comparación con el siguiente nivel de profundidad que se le supone a Internet: Zion. De este espacio legendario se dice que, quien llega a él, tiene la oportunidad de apagar la Red Global. No sé si el apagado consiste en pulsar un botón de un color determinado o si para culminarlo hay que lanzar contra el sistema alguna suerte de troyano mesiánico, pero que Zion exista (siquiera como meme) en el imaginario de nuestra época da que pensar bastante. Entronca con la atracción por lo apocalíptico y con la moda de concebir la realidad como algo en esencia relativo. Ya se insinuaba en aquel anime extraño que en su día se comparó con Twin Peaks titulado Serial Experiments Lain: si existe un Dios está en la Red. Sí, si existe está en la Red y casi seguro que vive sumergido, como Antiguo que es, más abajo de las Marianas.

Leyendas urbanas aparte, el que exista un espacio sin censura en el que en teoría es posible una comunicación más libre no debería ser tomado a guasa ni olvidado sin más. La Deep Web ya tuvo su papel durante la Primavera Árabe, posibilitando a la gente comunicarse y organizarse contra un poder opresor que vigilaba la superficie de Internet como si fuera una calle más del país. No todo en la Deep Web es Dark Web, a pesar de que ésta ocupe un porcentaje notable de su extensión total, y por tanto pueden buscársele usos si no menos subversivos sí más nobles desde un punto de vista ético. En un presente en el que el Gran Hermano campa a sus anchas disfrazado de lo que no es (la aparente libertad que tenemos para decir lo que queremos decir es una falacia, con ese concepto desviado del respeto que nos obliga a guardar las formas ante posturas claramente impresentables y peligrosas, y una libertad de expresión mal entendida que hace que la gente se ponga a opinar sobre lo que sea, de cualquier manera, sólo porque es su derecho y los derechos han de ejercerse aunque sea en vano), la Deep Web podría acogernos cuando aquello que tengamos que exponer no sea de la incumbencia de Google ni de los gobiernos a los que vende información. Quién sabe. No es descabellado suponer que cualquier revolución que hoy por hoy se dé empezará en Internet. Y que cuando eso ocurra la Deep Web puede ser algo más que un espacio consolador y simbólico, en el sentido de que da margen y ofrece anonimato a cualquiera decidido a conspirar.

jueves, 5 de febrero de 2015

El ArTe De MaTaR



El primer giallo que vi en mi vida, por casualidad y mucho antes de empezar a obsesionarme con el género fue Rojo Oscuro. No me gustó. Aquella primera vez, me refiero, con un paladar bastante analfabeto que perdió el tiempo, listillo patético, en criticar lo barato de la trama principal en lugar de limitarse a comer disfrutando las escenas como lo que son: caramelos.

El giallo es al slasher, o en un sentido más amplio al asesinato cinematográfico, lo que la haute cuisine a la gastronomía o la alta costura al mundo de la moda. Mas el refinamiento del gusto que en ámbitos como el de la cocina o el diseño puede ser subversivo pero también no serlo en absoluto, en el giallo va por fuerza acompañado de una suspensión del sentido de la moral que además de subversiva es perversa. La fotografía en el giallo, obcecada en la búsqueda de una clase particular de belleza, consigue de pura empatía y sensibilidad para con los objetos que revela componer odas tácitas al asesinato. Odas que además carecen, al contrario que en obras como el clásico de De Quincey "Del asesinato considerado como una de las bellas artes", de todo vestigio irónico o satírico que permita interpretar lo que se ve como metáfora de otra cosa distinta. El giallo, de la mano de una fotografía voyeurista que convierte en cómplice a quien se queda mirando, presenta el asesinato como la forma más elevada de arte y, dentro de éste, la muerte de una mujer hermosa como la más sublime variante de todas. Los primerísimos planos de la boca, del cuchillo, de la sangre que empapa la ropa ciñéndola todavía más si cabe al cuerpo; las composiciones cromáticas que logran, ora con contrastes radicales ora difuminando y confundiendo las fronteras, que los colores chillen o susurren como criaturas vivas, dan a entender que lo que se muestra es, si bien no correcto desde una perspectiva moral, sí indiscutiblemente bonito de contemplar. El giallo parece ilustrar lo mismo que aquella pintada de King Mob que, aludiendo a De Quincey o quizá a malditos de ironía menos evidente, decía que el crimen era la expresión más elevada de sensualidad. El mismo Edgar Allan Poe llegó a afirmar que "la muerte de una mujer hermosa era, sin duda, el tema más poético del mundo". 

El giallo no se detiene tanto en mostrarnos parafilias como en hacérnoslas sentir y, por extensión, disfrutar. No se entretiene en dar miedo sino en estimular alguna suerte de libido tanatoria oculta en todos que hace que, según la forma en que nos cuenten el cuento, prefiramos identificarnos con el lobo. El giallo juega con la ventaja de saber que los seres humanos confundimos, más a menudo de lo que nos gusta reconocer, los conceptos de belleza y bondad. Algo que es hermoso no puede ser tan malo. La fotografía tramposa y hechicera nos sumerge de lleno en el sentimiento parafílico y después nos muestra, a través de un gore explícito que sin embargo es menos realista que conceptual y simbólico, todo lo que deseamos ver. Promete para después cumplir poniéndonos del lado de algo atroz que sin embargo es bello. Nos compra con caramelos como a niños, nos torna polimorfos y perversos decantándonos por lo que es disfrutable sin más, con independencia de criterios éticos. Hasta las tramas en ocasiones incoherentes o flagrantes en su estupidez ayudan a cimentar la sensación de que, como en el porno, sólo lo que necesitamos ver no es superfluo. En el giallo es McGuffin todo lo que no es muerte o acecho. Las tramas están al servicio de ese fin en sí mismo que es matar y apenas si importan. De ahí el aroma a serie B y a exploit que, sin perjuicio de la exquisitez extraña pero macroscópicamente perceptible que poseen, emana de estas películas como un perfume barato que sin embargo logra seducirnos.

Aunque la función catártica del cine de terror no se limita al giallo, el modo en que éste se recrea en sí mismo y su estética exaltada al sugerir cuando no al celebrar el Mal y la avidez asesina lo hacen más controvertido que otros géneros considerados "más duros", como el slasher, que si bien derrocha casquería y sexo explícito en dosis muy superiores a las del giallo, es a todas luces inocente y de intenciones cristalinas en comparación con éste. Mientras que en todo slasher que se precie de serlo se pasa bien a fuerza de sufrir con las víctimas (el tipo de catarsis adaptativa y políticamente correcta que nos hace taparnos la cara con un cojín para no ver demasiado), en el giallo la satisfacción deriva de sentir como siente el asesino (lo cuál transmuta la empatía en morbosidad voyeur y nos hace permanecer con los ojos fijos en la pantalla). Toda una experiencia de realidad virtual que casi siempre es mejor disfrutar a solas, pues dependiendo de quién se tenga al lado mirar giallo puede convertirse en lo mismo que estar sentado con tus padres viendo una película de acción que de repente y de forma inesperada se sube mucho de tono. Si se quiere prestar atención a un giallo es mejor verlo solo, porque en cuanto hay alguien más la cosa tiende a ponerse afrodisíaca o incómoda y ésa no es manera de ver cine. El giallo es en cierto modo pornografía hipotalámica, velada y sólo a medias comprensible por nuestra parte consciente, que un día se queda enganchada a la imaginería propia del género sin saber exactamente  qué es lo que le gusta y por qué. 
La forma ordenada y ritual en que los elementos más convencionales del género son presentados en cada giallo (el testigo de un asesinato brutal que deviene en detective, los guantes negros que prologan el derramamiento de sangre, las infinitas variaciones sobre el tema de una muerte que en el fondo es siempre la misma y que funciona a la manera de una obsesión poética, el homicidio de una mujer hermosa a manos de otra de su misma condición que no se revela como tal hasta el desenlace -lo cuál me remite al refinado homenaje que Brian de Palma rindió a Hitchcock en Vestida para matar, que con bastante más de giallo que muchos giallos fundacionales y en lo que quizá no sea sino un guiño invertido al género la asesina resulta ser un hombre que se traviste para liquidar mujeres) hace que estas películas resulten metacinematográficas en esencia, o lo que es lo mismo, que se construyan como homenajes a una estética de la que toman prestado el sentido. No se concibe giallo sin que cierto grado de homenaje se dé, lo cuál deriva en que su calidad no dependa tanto de una trama genuina como de la maestría alcanzada en reorganizar unos elementos familiares y por todos conocidos que no pueden faltar, pues sin ellos el giallo dejaría de ser giallo para solaparse inevitablemente con otros géneros centrados en la figura del psychokiller. 

El giallo puede ser considerado un subgénero del cine de terror, pero tampoco es descabellado concebirlo como cine en esencia experimental. El horror es un elemento central del giallo, pero sólo a base de terror no se construye una película representativa del género. Lo terrorífico en el giallo se trata de una forma tan estilizada que en ocasiones llega al extremo de perder la capacidad de asustar. Algunas escenas de muerte son más disfrutables como composiciones plásticas o piezas de erotismo desviado que como secuencias atemorizantes con las que pasar un auténtico mal rato, y de hecho cuando el cuerpo pide experimentar terror del que incomoda y crispa hasta la náusea el giallo debería tal vez ser nuestra última opción. Los síntomas que la visualización de un buen giallo conlleva tienen más que ver con los del síndrome de Stendhal que sufre Asia Argento en la película homónima que protagoniza a las órdenes de su padre que con los del pánico propiamente dicho, y es por eso que los giallos hay que reservarlos para esos días sibaritas y un poco snobs en que el cuerpo nos pide caprichos caros.

Una joya desconocida de carácter puramente experimental y más mirloblanquista de lo que cualquier giallo, excepto por supuesto la pieza maestra Suspiria, es ya de por sí, es la producción belga Amer. Prácticamente muda y sin ningún diálogo (los personajes a veces dicen algo pero jamás son respondidos por nadie), parece haber querido suprimir lo poco de superfluo que a modo de hilo conductor conservan los giallos. Dividida en tres secciones desconectadas entre sí que sin ningún problema podrían funcionar como cortometrajes, resulta todavía más metacinematográfica que las fuentes de las cuáles bebe. Cada historia homenajea un elemento propio del género, aunque sólo la tercera es propiamente un giallo. Arranca con lo que parece un tributo a giallos de tinte sobrenatural como los de la famosa trilogía de las madres de Argento, continúa con una suite alejada de lo terrorífico que sin embargo es la pieza de mayor calidad de toda la cinta y que es un guiño, o así me lo parece a mí, a esa fotografía omnisciente e hipersexualizada que convierte en giallo el slasher; y acaba con un microgiallo de corte clásico en el que la perversión da una vuelta más de tuerca y a la parafilia del asesino se opone la de la protagonista, que parece estar pidiendo a gritos, o a gemidos más bien, que acaben con ella.  Quizá Amer no es la película más adecuada para introducirse en el género, pero para el fanático que rastrea a la caza de un formato que cada vez se deja ver menos y con peores resultados supone un regalo.