domingo, 7 de junio de 2015
BaD iS tHe NeW gOOd
Sí al selfie que nos revela en soledad, que es como estamos en realidad, y no a la foto grupal de felicidad para integrados integrales que sonríen, no vaya a ser que les tomen por losers, haciendo como que nada es distópico. Ofrecedle al Gran Hermano biografías trágicas y dejad de inmortalizar vuestros eventos de mierda. Viéndoos así de ufanos pareciera que la cosa funciona y todo, lo cual es reaccionario y os convierte en una especie de esquiroles. Que los pucheros y las caras de NO sustituyan en vuestras fotos a las sonrisas de hiena. No nos interesan vuestros bessos frente a la torre Eiffel ni veros partidos de risa haciendo como que sujetáis la de Pisa, sino la instantánea del antro sórdido donde os drogaron hasta conseguir que la gozárais con esas chorradas de gusto pésimo y espíritu peor todavía.
Vuestros álbumes no sirven ni para calzar mesas, así que menos reírse y más morirse frente al objetivo que os revela. Que vuestro descontento conste en acta a despecho de parecer fracasados, malqueridos, amargos o al borde del abismo suicida.
A ese Gran Hermano que no contento con esconder la mierda y fingir que no huele a cuadra quiere ahora eliminarla, esto es negarla, vendiéndonos la idea absurda de que si algo mola por fuerza ha de estar limpio y descojonado de risa, le interesa que os mostréis felices, integrados e ignorantes de que el mundo es en parte una cloaca inmunda. Evisceraos y mostradle a la cámara vuestros intestinos sucios y revueltos en lugar de dar coba al sistema jugando a negar lo negro.
Lo negro existe, está ganando terreno y crece de dentro hacia fuera echando raíces en nosotros. O dejamos constancia de lo negro, que en cuanto es mentado se diluye y pierde poder, exorcizado al ser descrito y llamado por su nombre de pila, o la negrura del mundo empalidecerá frente a la que desde nuestros adentros se le viene ya encima.
La apología del mal os es bien.
lunes, 9 de marzo de 2015
La nueva ley antipornografía infantil no arrasará con nuestras bibliotecas
El
artículo 189 del futuro Código Penal recoge las siguientes
definiciones de “pornografía infantil”:
i) todo material que represente de manera visual a
un menor participando en una conducta sexualmente explícita real o
simulada,
ii)
toda representación de los órganos sexuales de un menor con fines
principalmente sexuales,
iii)
todo material que represente de forma visual a una persona que
parezca ser un menor participando en una conducta sexualmente
explícita real o simulada o cualquier representación de los órganos
sexuales de una persona que parezca ser un menor, con fines
principalmente sexuales, o
iv)
imágenes realistas de un menor participando en una conducta
sexualmente explícita o imágenes realistas de los órganos sexuales
de un menor, con fines principalmente
sexuales
Esta
reforma del código penal, que hace poco ha sido aprobada por el
Congreso de los Diputados, espera la revisión del Senado para entrar
en vigor. Teniendo en cuenta que el partido que gobierna lo hace con
mayoría absoluta y que el Senado sirve, como cualquiera sabe, para
más bien poco, es probable que de aquí a unos meses y en base a lo
que reza el apartado IV parte de los cómics que tenemos en casa sean
ilegales.
Sin
empezar
todavía a
debatir lo que significa en
ese contexto la palabra “realistas”,
parece obvio
que una gran cantidad de obras de arte va a ser puesta en entredicho
a la luz de las nuevas definiciones. Ya sólo en el ámbito del manga
y el anime japonés y sin necesidad de entrar en el de la pornografía
hentai el barrido sería casi absoluto. Si hasta en series como
Dragon Ball aparecen escenas que según el nuevo código serían
punibles (esa Bulma menor de edad enseñándole su
cosa
a Muten
Roshi
a cambio de la tercera esfera de dragón, por citar uno solo de entre
el elenco casi infinito de ejemplos:
https://www.youtube.com/watch?v=ZClUUbNc5r0
), géneros especializados como el loli y el shotacon o el anime
echhi estarían directamente prohibidos. No sé a qué se referirán
con lo de “conducta sexualmente explícita”, pero no creo que sea
necesario poner a follar a los personajes para que una conducta pueda
ser calificada de explícitamente sexual. En series como Dragon Ball,
Dr. Slump y otras muchas a los hombres (especialmente si son
ancianos) les mana
sangre
de
los
ojos y la
nariz al mirar con lascivia a niñas
púberes. Según el nuevo Código Penal, estos materiales que no
merecen
siquiera
ser
catalogados como softcore
estarían
incluidos en la definición de “pornografía infantil”.
Una
de las primeras cosas que vienen a la cabeza al leer esta definición,
que como poco es ambigua e incompleta, es que el dibujo de un menor,
a no ser que sea el de un menor que exista como persona jurídica, no
es la representación de una persona sino la de un personaje de
ficción. Es decir, que si dibujas en pelotas a tu vecina de doce
años tomando el sol vas al trullo sin más demora, pero si dibujas
al alumnado de Hogwarts en un contexto de bestialismo y orgía
pederasta sólo vas a la cárcel si las facciones de los dibujos se
corresponden con las de Emma Watson, Daniel Radcliffe y compañía.
Si dibujas a Justin Beaver sodomizado por un monstruo tentacular y el
dibujo se le parece lo suficiente, a la trena por degenerado, pero si
tienes la suerte de dibujar como el culo la ley te exculparía por
definición. ¿Cuánto de realista, entonces, tendría que ser el
dibujo? ¿La mera inclusión de tentáculos convertiría, por muy
parecido que el menor fuera al niño real, el dibujo en no realista?
¿Y si cuando haces los dibujos el verdadero Justin Beaver es ya
mayor de edad y consiente en ello? Aunque es evidente que lo que la
ley trata de penar es la mera representación gráfica de un menor de
edad, ficticio o no, involucrado en conductas sexuales, pienso yo que
hasta para ponerse reaccionario hay que preocuparse de redactar mejor
las leyes. A priori se le ocurren a uno infinitas maneras de
escabullirse entre los intersticios de ésta.
Para
lo que la directiva europea que contiene esta ley se redactó es para
luchar contra los abusos y la explotación sexual de los menores, con
lo cuál cabe preguntarse a qué menor perjudica el que alguien se la
menee mirando lolicon o alguna escena depravada de Black Bible, To
love Ru, G- Spot, Negima, Berserk o Love Hina. Dado que no hay ningún
menor de verdad implicado en la realización de los dibujos, lo que
la ley trata de penar por fuerza tiene que ser otra cosa. Otra cosa
que la ley no explica y que por tanto habrá que deducir.
En
su obra Ladrones de inocencia:
pedófilos, el profesor Guillermo Cánovas (presidente de
la ONG Acción Contra la Pornografía Infantil y de la organización
PROTÉGELES) afirma lo siguiente:
Los
pedófilos pasivos son individuos que normalmente no llegan a
trasladar sus <> al terreno de la realidad,
si bien es cierto que resulta absolutamente imposible determinar
cuántos y cuánto tiempo continuarán manteniéndose al margen de la
acción. Evidentemente, la mayoría de los pedófilos activos han
sido previamente pedófilos pasivos .
También
dice que:
En
la mayoría de las ocasiones, los pedófilos pasivos son también
pedófilos de desarrollo, es decir, individuos que han desarrollado
esta tendencia normalmente a partir del consumo masivo de pornografía
y pornografía infantil.
En
el Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales
(DSM),
la pedofilia aparece definida como una parafilia, esto es, como una
desviación de la sexualidad normal, que tiene por objeto a
niños menores de trece años y que
se perpetúa debido
a la acción de varios factores. Entre estos factores destaca el de
la presencia
de
distorsiones cognitivas, es decir, de ideas
distorsionadas y falsas
creencias que los pedófilos tienen
acerca
del contacto sexual con menores. En
la obra Abuso
sexual en la infancia: víctimas y agresores
de los
expertos en Terapia de Conducta
Enrique Echeburúa y Cristina Guerricaecheverría, se
enumeran algunas de las
distorsiones cognitivas que actúan como precipitantes o
contribuyen a mantener la parafilia:
-
La víctima desea el contacto sexual y lo busca activamente.
-
El menor disfruta con la relación sexual.
-
Los contactos sexuales son una muestra de cariño.
-
Los contactos sexuales forman parte de la educación sexual de la
víctima.
-
Al no forzar físicamente a la victima, ésta no va a desarrollar
consecuencias psicopatológicas.
-
Yo también sufrí abusos sexuales
en la infancia y no me ha ocurrido nada malo por ello.
Estas
distorsiones cognitivas estarían reforzadas, según el profesor
Cánovas, sobre todo por una cosa que el código no señala como
delito, y cito:
La
pornografía infantil escrita o <> tiene los mismos efectos devastadores en la mente de
muchos individuos que las imágenes en sí. Es más, cabría
considerar que la impronta que dejan en el cerebro de muchos
pedófilos resulta más intensa que las propias fotografías, y
transmite todas las <> que permiten a
estos individuos desarrollar sus disonancias cognitivas .
Si
no he entendido mal, a
la generación y el mantenimiento de las fantasías pederastas
contribuye,
con mayor intensidad que la contemplación visual de fotografías y
dibujos realistas, la lectura de material
escrito sobre el tema.
Ya
sea
porque
presenten
al menor como reponsable de la situación, porque minimicen
el impacto del abuso sobre el menor o porque directamente
sugieran
que violar a un menor es
didáctico y por lo
tanto
está
moralmente
bien,
las
palabras parecen tener
sobre la mente de ciertos individuos un poder superior al de
cualquier imagen, real o ficticia. Un
cómic mudo inspirado en Lolita, la obra celebérrima de Nabokov,
sería según el nuevo código ilegal y por extensión punible (en
todo el posible espectro de situaciones, además, en
que se entre en relación
con él: visualización a sabiendas de lo que se va a encontrar;
produción, posesión, difusión y comercialización del material), y
sin embargo la novela original, que según los expertos en el tema
sería sobre
la mente de ciertos individuos más perniciosa que un cómic sin
diálogos inspirado en ella, no entra dentro de lo que el nuevo
código entiende por pornografía infantil. Si de lo que se trata es
de prevenir que la mente de ciertos individuos se vea sometida a
estímulos que la trastornen,
poniendo
asi a los menores en riesgo de victimización sexual,
de entrada se está haciendo ya algo mal.
Como
es evidente que no hay nada en absoluto que justifique que clásicos
como Lolita, Ada o el ardor o Muerte en Venecia sean prohibidos o
tachados de pornográficos por nadie, algo
ha de haber en la afirmación del profesor Cánovas que no se
entiende bien. La clave puede
estar
en que este tipo de literatura tenga
una
influencia perniciosa sólo sobre el
cerebro de ciertos
individuos, no sobre el
cerebro de todos
los individuos.
Y no me refiro
a
que como casi nadie lee nada más que el
diario deportivo y
los manuales de instrucciones de las cosas, no
haya
que preocuparse mucho por
que libros
así vayan
a caer en las manos de un gran número de pederastas dispuestos a
pasar a la acción, sino a que
el arte (incluso aquél que pudiéramos tachar de desviado o
definitivamente pervertido) sólo tiene efectos perniciosos sobre
psicologías
tocadas
de
antemano.
Ya
lo dice el modelo conocido como de diátesis/
estrés,
explicativo del desarrollo de las enfermedades mentales: sobre una
condición previa de vulnerabilidad psicológica, un estresor actúa
precipitando el desarrollo de la enfermedad. Este
estresor puede ser cualquier cosa. Una mente con tendencias pedófilas
previas podría verse empujada, por el consumo reiterado de cierta
clase de literatura, cómics o películas, a transgredir la ley, pero
también podría surtir
el mismo efecto
un despido o el fallecimiento de su madre. Ilegalizar
arte susceptible de desatar a unos pocos que de base no están ya muy
bien es legislar partiendo de un criterio de enfermedad, lo cuál
parece
a todas luces mal punto de partida si lo que se pretende es construir
una sociedad sana.
Para
algunos expertos, el hentai de tipo ecchi, shota y lolicon no sólo
no empuja
al delito de estupro sino que lo previene. Y
lo consideran a pesar de casos como el de Tsutomu
Miyazaki, que además de pedófilo y asesino en serie era un
consumidor compulsivo de manga y hentai. El
tema recuerda inevitablemente a la polémica de si la violencia en
los videojuegos, los cómics, las películas y las series de
televisión (la violencia en el arte, en definitiva) promueve los
actos de brutalidad
o por el contrario los
reduce en numero al servir de catarsis a nuestros impulsos más
agresivos. Puede
que James Holmes, el chico de pelo naranja que acribilló a varias
personas en un cine de Denver, se inspirara en el personaje del Joker
para cometer los asesinatos, pero prohibir o censurar por ello El
caballero oscuro sería ridículo. No sólo tendría que prohibirse
esa película, sino la presencia
en el cine de
malvados carismáticos en general. Por
si las moscas, que
yo sepa,
sólo se legisla en las distopías.
Por
otro lado, el fenómeno de la insensibilización es definido
en psicología como una atrofia progresiva de la capacidad de
respuesta emocional del individuo, debida a la exposición a
estímulos cada vez más potentes. Aunque aplicada de forma
sistemática en un entorno terapéutico la desensibilización puede
emplearse en el tratamiento de las fobias y las adicciones, el
consumo de pornografía reiterado al parecer provoca sobre los
hombres una insensibilización progresiva a estímulos sexuales
considerados normales. A través de un circuito neuronal idéntico al
que emplearía cualquier otro desencadenante adictivo (drogas,
apuestas, compras compulsivas), la pornografía provoca un incremento
a corto plazo de la dopamina que actúa a modo de recompensa elevando
el estado de ánimo. Al igual que sucede en el establecimiento de
cualquier otra adicción, el consumo prolongado hace que el individuo
desarrolle tolerancia y que cada vez necesite dosis mayores para
alcanzar los mismos niveles de dopamina liberada. Naomi Wolf lo
explica así en su ensayo El mito del porno:
Este
efecto de la dopamina explica por qué la pornografía tiende a ser
cada vez más extrema con el tiempo: las imágenes sexuales
ordinarias pierden su poder, lo que lleva a los consumidores a
necesitar imágenes que rompan tabúes de otras maneras, con el fin
de sentirse igual de bien. Por otra parte, algunos hombres (y
mujeres) tienen un ‘agujero de dopamina’ –su sistema cerebral
de recompensa es menos eficiente–, lo que los hace más propensos a
convertirse en adictos a la pornografía extrema con más facilidad.
Podría
decirse que la pornografía, sobre todo si es consumida de forma
masiva, insensibiliza a la larga a los individuos, esto es, los
embrutece. Aunque
lo que Naomi Wolf dice es que muchos hombres, debido al consumo
masivo de porno, pueden manifestar problemas de impotencia y
eyaculación precoz y perder la capacidad de sentirse atraídos por
sus parejas, no parece descabellado suponer que puedan también
desarrollar trastornos de otra índole. Esto es lo que sucede con los
pedófilos de desarrollo, que sólo manifiestan la tendencia
parafílica tras el contacto con grandes cantidades de porno. La
pornografía
normal,
entonces, podría también ser calificada
de perniciosa
en el sentido de que se encarga de franquearle
el paso
a
la
más extrema.
A
la aberración se llega tras
el consumo de cosas no tan aberrantes, con lo cuál puestos a
prohibir habría que prohibir el porno al
completo.
Podrían
alegarse además
más
motivos para dicha prohibición. El papel denigrado de la mujer en el
porno, la apología de la violación en el porno, los disfraces de
colegiala en el porno (que aunque los luzcan mujeres claramente
desarrolladas sugieren, lo mismo que los vídeos vouyeristas y de
roces en el transporte público, cosas que ciertas mentes podrían
malentender). En el loli y el shotacon, al menos, parecen tener
cierto peso conceptos como el de kawaii
(ternura)
y moé
(que
se refiere a la representación de jóvenes tiernos e indefensos de
los que el espectador, a menudo, se enamora), muy relacionados con el
fenómeno
de
las waifus
(en japonés algo así como esposas),
que son básicamente personajes femeninos con los que los fans
establecen relaciones platónicas y cuya anatomía, más neoténica
que infantil, es la
prolongación
de alguna suerte de inocencia o pureza
moral.
Sin
entrar a discutir qué es
más
enfermizo, si el
porno normal
occidental o que alguien piense en un dibujo animado como su pareja,
lo
que está claro es que no se puede prohibir lo uno y lo otro no. Y
menos con una ley ambigua y poco desarrollada con la que salvo de
casualidad ni siquiera es posible atinar.
¿Y si una película adquiere
dramatismo, y
por tanto gana
calidad,
con alguna escena de cariz sexual en la que intervenga un menor? ¿Qué
es lo que va a penar la ley y qué
es lo que
no? ¿El
mal gusto también lo va a penar? ¿Y
cómo
saben, además,
que
los
pedófilos de desarrollo no han sido perjudicados menos
por el porno de dibujos
que
por el porno normal,
que
les ha hecho incapaces a
la larga de
ver atractivas a sus parejas?
Puestos a hilar fino qué menos que hacer un tapiz, ¿no?
Y
más cuando está en juego nada
menos que la
libertad creativa. Deberían dar a los ilustradores una explicación
convincente
de
por qué van a emascularles.
Que
demuestren que castrarles va a hacer del mundo un lugar mejor y
que por tanto les
toca joderse.
Vamos, digo yo.
jueves, 12 de febrero de 2015
QuÉ MaLaS Son
Siempre
me ha molestado, ya que no sorprendido, que Perros de paja sea
considerada misógina por algunos. Alegan, creo, que la Amy
interpretada por Susan George no es clara y que el desenlace
ultraviolento que se desata es en cierto modo precipitado por su
actitud. ¿Qué actitud es ésta, me pregunto yo, que hace a ciertas
personas suponer que Peckinpah quiso dar una imagen desfavorable
de la mujer? Aunque en realidad Peckinpah hubiera querido retratar a
una mujer perversa, no por ello tendría que estar tratando de
insinuar que todas son como su personaje, pero en fin, que tampoco me
parece probable que el director (o que el escritor de la novela, pues
basada en una novela está) hayan pretendido sugerir que Amy sea una
cabrona. O no más cabrona, al menos, que el resto de los personajes
implicados. ¿Por qué se espera de ella una mayor integridad, una
mayor coherencia? ¿Porque es una mujer? Que los hombres de la
historia sean o pusilánimes o bestias primitivas (la mayor parte del
tiempo ambas cosas) no trata, al parecer, de dar una imagen
desfavorable del hombre, pero que se note que a Amy le gusta que la
miren y que su rostro durante la violación no sea una máscara
perfecta de dolor sí que está puesto ahí, o eso piensan algunos,
porque Peckinpah es un misógino. Pues bien, a la luz de lo que
acabo de exponer yo digo que no sólo Perros de paja no es una
película misógina (no sé si Sam Peckinpah lo será, pero a lo que
me estoy refiriendo aquí es a una obra y no a un autor), sino que
los que dicen que lo es son los misóginos.
Esperar que el comportamiento de Amy sea intachable teniendo en cuenta el que muestra el resto del plantel es medieval. Recuerda a la caza de brujas y al tema de las posesiones demoníacas. Si un hombre se comporta como una bestia para imponerse hace, ni más ni menos, lo que se espera de él. Si una mujer es consciente, siquiera durante un lapso breve, del alcance de su poder es diabólica. Cualquier personaje femenino que en el cine muestra cierta ambigüedad, esto es, que no es plano, es puesto en cuarentena al instante por unos y por otros. Y con esto me refiero tanto a los de un lado (si es que es posible hablar de lados dentro de un mismo continuo de estupidez) como a los del otro. Tanto a los que en efecto asocian ciertas características desviadas al sexo femenino como a los que, cual adalides de lo correcto (de lo políticamente correcto, se sobreentiende), están siempre escandalizándose con espectros misóginos sin caer en la cuenta de que ellos son, como mínimo, tan machistas como aquellos a quienes creen combatir.
En la escena de la violación (que no olvidemos que es una verdadera violación, en el sentido de que Amy dice enfática y repetidamente que no y opone al acto fuerza física) fue muy controvertido el hecho de que ella, que por cierto estaba siendo forzada por un antiguo novio suyo y cuyo hasta entonces pusilánime marido no la miraba ni con un palo, haya momentos en los que parece que disfruta con el asunto. Sin pretender sugerir que a las mujeres les guste ser violadas más de lo que pretendo sugerir que a los hombres les guste violar (adalides de lo correcto, que os veo venir), creo que no es descabellado suponer, teniendo en cuenta además lo agradable que en el fondo es que lo toquen a uno, que no es necesario que una persona (ni hombre ni mujer) sea mala para que su cara muestre cierta confusión cuando el que la está violando es además una antigua pareja. No sé si Peckinpah pretendió con esto esputar a la cara del sexo femenino, pero desde luego no es lo que la película muestra. Como dijo no sé quién en referencia a que los escritos sobre la obra de un autor lleguen a ocupar más espacio que la obra completa del autor en cuestión, "si Kafka hubiera querido decir lo que dicen sus críticos lo habría escrito él, ¿no?". Pareciera que el autor que presenta un personaje femenino tridimensional, o sea interesante, con todas las ambigüedades que cualquier personaje interesante y tridimensional conlleva, se arriesgara a ser tachado de insensible. No debería confundirse la lucha por la igualdad de derechos con la mojigatería, y menos cuando de lo que se habla es de una película como Perros de paja, ultraviolenta.
Aunque no he visto el remake (los remakes de ciertas películas son por completo innecesarios y una osadía por parte de los nuevos directores que, es mi opinión, deberían si su revisión resulta ser un fiasco -y lo resultará en el noventa y nueve por ciento de los casos- hacerse el seppuku por sentido del honor), estoy segura de que en él habrá quedado poco de la ambigüedad original del personaje de Amy. Como ya pasó con el desleído remake de La última casa a la izquierda (película que a su vez es un nada desleído remake, aunque eso sí extraoficial, de aquella rape & revenge pionera - y por tanto sin revenge- que es El manantial de la doncella), los momentos más crudos habrán sido suavizados, cuando no suprimidos, para hacer la película accesible a todos. Da igual el tiempo que pase y que la subversión esté en cierto modo de moda, al final ni siquiera hemos superado la asociación entre sexualidad y perversidad moral (femenina) que grabó a fuego en nosotros el cristianismo. Creyendo defender una causa justa, exigimos que en un entorno en el que claramente impera la ley de la selva la mujer, por el mero hecho de ser mujer, sea mostrada como pasiva y sufridora en esencia. El personaje de David, en este contexto selvático y predatorio alejado del mundo de la razón, tiene en cada momento lo que se merece. Cada personaje lo tiene, en realidad, y de ahí que la película resulte tan redonda y conmueva del modo en que lo hace. El mensaje es claro, y ultraviolento: ¿con qué derecho le exiges a tu mujer que se comporte como una dama si tú eres incapaz de comportarte como se comporta un hombre? David termina por captar el mensaje y, decidido a jugar a los bolos, no se conforma con menos de un pleno, pero al final todos acaban perdiendo algo. En el caso de David, tal vez la inocencia que le hacía bueno. Es lo que tiene pasar a regirte por leyes como las del territorio y negarte a que nadie venga a mearse en tu jardín.
Esperar que el comportamiento de Amy sea intachable teniendo en cuenta el que muestra el resto del plantel es medieval. Recuerda a la caza de brujas y al tema de las posesiones demoníacas. Si un hombre se comporta como una bestia para imponerse hace, ni más ni menos, lo que se espera de él. Si una mujer es consciente, siquiera durante un lapso breve, del alcance de su poder es diabólica. Cualquier personaje femenino que en el cine muestra cierta ambigüedad, esto es, que no es plano, es puesto en cuarentena al instante por unos y por otros. Y con esto me refiero tanto a los de un lado (si es que es posible hablar de lados dentro de un mismo continuo de estupidez) como a los del otro. Tanto a los que en efecto asocian ciertas características desviadas al sexo femenino como a los que, cual adalides de lo correcto (de lo políticamente correcto, se sobreentiende), están siempre escandalizándose con espectros misóginos sin caer en la cuenta de que ellos son, como mínimo, tan machistas como aquellos a quienes creen combatir.
En la escena de la violación (que no olvidemos que es una verdadera violación, en el sentido de que Amy dice enfática y repetidamente que no y opone al acto fuerza física) fue muy controvertido el hecho de que ella, que por cierto estaba siendo forzada por un antiguo novio suyo y cuyo hasta entonces pusilánime marido no la miraba ni con un palo, haya momentos en los que parece que disfruta con el asunto. Sin pretender sugerir que a las mujeres les guste ser violadas más de lo que pretendo sugerir que a los hombres les guste violar (adalides de lo correcto, que os veo venir), creo que no es descabellado suponer, teniendo en cuenta además lo agradable que en el fondo es que lo toquen a uno, que no es necesario que una persona (ni hombre ni mujer) sea mala para que su cara muestre cierta confusión cuando el que la está violando es además una antigua pareja. No sé si Peckinpah pretendió con esto esputar a la cara del sexo femenino, pero desde luego no es lo que la película muestra. Como dijo no sé quién en referencia a que los escritos sobre la obra de un autor lleguen a ocupar más espacio que la obra completa del autor en cuestión, "si Kafka hubiera querido decir lo que dicen sus críticos lo habría escrito él, ¿no?". Pareciera que el autor que presenta un personaje femenino tridimensional, o sea interesante, con todas las ambigüedades que cualquier personaje interesante y tridimensional conlleva, se arriesgara a ser tachado de insensible. No debería confundirse la lucha por la igualdad de derechos con la mojigatería, y menos cuando de lo que se habla es de una película como Perros de paja, ultraviolenta.
Aunque no he visto el remake (los remakes de ciertas películas son por completo innecesarios y una osadía por parte de los nuevos directores que, es mi opinión, deberían si su revisión resulta ser un fiasco -y lo resultará en el noventa y nueve por ciento de los casos- hacerse el seppuku por sentido del honor), estoy segura de que en él habrá quedado poco de la ambigüedad original del personaje de Amy. Como ya pasó con el desleído remake de La última casa a la izquierda (película que a su vez es un nada desleído remake, aunque eso sí extraoficial, de aquella rape & revenge pionera - y por tanto sin revenge- que es El manantial de la doncella), los momentos más crudos habrán sido suavizados, cuando no suprimidos, para hacer la película accesible a todos. Da igual el tiempo que pase y que la subversión esté en cierto modo de moda, al final ni siquiera hemos superado la asociación entre sexualidad y perversidad moral (femenina) que grabó a fuego en nosotros el cristianismo. Creyendo defender una causa justa, exigimos que en un entorno en el que claramente impera la ley de la selva la mujer, por el mero hecho de ser mujer, sea mostrada como pasiva y sufridora en esencia. El personaje de David, en este contexto selvático y predatorio alejado del mundo de la razón, tiene en cada momento lo que se merece. Cada personaje lo tiene, en realidad, y de ahí que la película resulte tan redonda y conmueva del modo en que lo hace. El mensaje es claro, y ultraviolento: ¿con qué derecho le exiges a tu mujer que se comporte como una dama si tú eres incapaz de comportarte como se comporta un hombre? David termina por captar el mensaje y, decidido a jugar a los bolos, no se conforma con menos de un pleno, pero al final todos acaban perdiendo algo. En el caso de David, tal vez la inocencia que le hacía bueno. Es lo que tiene pasar a regirte por leyes como las del territorio y negarte a que nadie venga a mearse en tu jardín.
domingo, 8 de febrero de 2015
La Deep Web
Este verano me enteré de que lo que conocemos por Internet, oséase, la Internet directamente accesible a través de buscadores habituales como Google, es sólo la punta del iceberg de un espacio gigantesco y salvaje conocido como Internet Profunda en el que, si se tiene la pericia suficiente, es posible una navegación de aventura.
Como
leí en no recuerdo dónde, "la Deep Web ofrece un consuelo
simbólico y psicológico al usuario". A mí, que como ya he
dicho supe de su existencia en verano y que estaba, por aquel
entonces, necesitada de consuelo, desde luego me pareció que lo
ofrecía. De entrada el curioso que se aventura en la Deep Web vía
TOR (siglas de The Onion Router, un buscador que hasta cierto punto
permite el anonimato en la red), tiene la sensación de adentrarse en
un terreno misterioso y parecido al que los primeros usuarios de
Internet debieron de tener la sensación de acceder. Los tiempos de
búsqueda más lentos, la interfaz rudimentaria y la necesidad de
escribir la dirección completa de las páginas web (las cuáles
además de mudarse cada dos por tres de ubicación no tienen nombres
intuitivos como en Google, sino que se llaman por secuencias
aleatorias de caracteres), remiten al niño oculto en nuestro adulto
exterior a películas como Terminator, Juegos de guerra o Robocop.
Todo es más oscuro y recuerda a como era la Red en sus inicios, y el
diseño minimalista de las páginas se parece poco al entorno de
ventanas e imágenes flash que estamos acostumbrados a manejar. Es
inevitable pensar en hackers conocedores de Linux y en información
gubernamental secreta a la deriva en ese espacio virtual pero también
simbólico que es la Red, al sumergir el hocico en esta cara oculta
de la luna internauta que por si fuera poco está plagado, como
cualquier espacio inexplorado lo está, de leyendas urbanas con las
que jugar un rato a creer que todavía creemos. A mí, como ya he
dicho, me resultó la mar de consolador.
Además
de un espacio simbólica y psicológicamente acogedor, la Deep Web
ofrece la posibilidad, acaso la ilusión de la posibilidad, de
navegar sin ataduras. Como si se tratara de un país imaginario o
arquetípico cuenta hasta con su propia moneda virtual, el bitcoin,
que a veces se asoma al mundo real cual amish que hubiera alcanzado
la mayoría de edad participando de la bolsa, y cosas así. Como casi
todo en lo que nos va la vida en esta vida, esto tiene sus ventajas y
sus inconvenientes. No hay publicidad, ni control ni censura, lo cual
está muy bien siempre que no seamos de los que se escandalizan
fácilmente. Si el foro 4chan es famoso por no andarse con remilgos
con respecto a lo que permite a sus usuarios publicar, el que sería
el equivalente de la Deep (y que en su versión en castellano se
llama cebollachan) llega al punto de tolerar apologías de cosas que
son delito. Un espacio en el que, sin necesidad de buscar demasiado,
se encuentran páginas de pornografía infantil, de venta de armas,
drogas y material robado, de anuncios por palabras de sicarios y
demás sujetos que ofrecen servicios inverosímiles o por completo
ilegales, por necesidad tiene que estar patrullado además de por
curiosos por gentuza y por las fuerzas del orden. Aun así, como
decía, son más las ganas de creer en que todavía existe algo no
regulado por la ley (el equivalente actual y cyberpunk de aquellas
tierras inexploradas de la era presatélite que hacían a los hombres
embarcarse en viajes de descubrimiento) que lo que de interesante
pueda encontrarse, durante un garbeo superficial, en esta parte
sumergida de la Red de Redes. Si no se anda uno con ojo y se abstiene
de meter la nariz donde no debe puede acabar pescando un resfriado, o
algo peor. O eso es lo que nos gusta pensar para que el concepto de
Deep Web siga resultándonos atractivo, ¿no? Dónde acaba la leyenda
urbana y comienza la peligrosidad real no es fácil decirlo, pero es
poco probable que la policía vaya a arrestarnos por entrar una vez,
por casualidad o a sabiendas de lo que vamos a encontrar, en una
página de contenido dudoso. El moverse por un espacio virtual (esto
es, lo suficientemente alejado de lo tangible como para que nuestro
sentimiento de seguridad no se vea amenazado) en el que no existe
control sobre lo que se publica (o al menos no más control que el
que el temor de cada cuál, principalmente al arresto o a ser víctima
de un hackeo fatal, le haga autoimponerse) ha por fuerza de despertar
al sabueso oculto en todos. ¿Y si contra todo pronóstico fuéramos
al final los primeros en descubrir algo de interés? ¿Qué persona,
no digamos ya qué hacker, no ha soñado alguna vez con ser detective
y revelar lo que está oculto?
A
la Deep Web la mayoría llegan porque la han oído nombrar en algún
vídeo de DrossRotzank, un usuario de Youtube conocido por elaborar
microdocumentales y rankings perturbadores sobre temas en esencia
oscuros y cuyo discurso, si se tiene paciencia para bucear en las
decenas de vídeos de opinión que ha ido subiendo a su canal, tiene
más miga de lo que en principio pudiera parecer. Otros entran
buscando, no tanto por psicopatía como por curiosidad morbosa y algo
descerebrada, la secuencia snuff de la que hablaba alguna creepypasta
que se han tragado más por la necesidad de creer en algo que por
idiotez pura y dura, y hacen búsquedas repetidas de memes del
calibre de Daisy' s destruction, Dafu Love o Burger Baby sin
encontrar nada más que burlas y enlaces falsos que usuarios más
veteranos que ellos ponen allí para ridiculizarles. Podría decirse
que todo el que entra en un primer momento en la Deep, no bien se ha
enterado del secreto a voces que es su existencia, lo hace con la
idea de comprobar por sí mismo si es verdad que por allí pululan
cosas que en la Red de arriba no se encuentran. Lo que en realidad se
encuentran en la Deep Web son páginas que los buscadores normales no
indexan. Desde sitios privados de universidades, bases de datos y
listas de clientes de empresas hasta webs de hackeo y bibliotecas
virtuales desde las que pueden descargarse manuales y libros
difíciles de encontrar. En definitiva, pocas cosas que si se sabe
buscar no puedan conseguirse en la Internet de siempre y algunas cuya
utilidad pocos sabrían aprovechar por desconocimiento.
Las
páginas de la Deep Web, cuyo logotipo es una cebolla, pertenecen al
dominio .onion.
La palabra onion, cebolla en inglés, alude a la disposición en
capas de los proxys cifrados que TOR utiliza para asegurar el
anonimato. La Deep Web es una cebolla dispuesta en capas en la que la
información puede encontrarse pero también no encontrarse en
absoluto. Por si fuera poco TOR es un navegador lento que nada tiene
que ver con ese eficiente robot araña de Google capaz de adelantarse
al pensamiento del usuario, que ya no tiene ni que esforzarse en
escribir para encontrar de inmediato lo que buscaba y también lo que
no. Aunque no creo que sea imposible toparse con algo de interés en
la Internet profunda, está claro que la mayoría de las cosas que el
curioso medio busca no es que no se encuentren con facilidad sino que
ni siquiera existen. Con
respecto a esa leyenda urbana de peso específico en Internet que es
el snuff (películas en las que se filman asesinatos reales para su
explotación comercial sumergida), no me atrevería a decir que jamás
se haya filmado una snuff ni que no exista la posibilidad de
encontrar en la Internet superficial o profunda al menos un vídeo de
esa naturaleza. Lo que digo es que ciertos vídeos snuff a los que se
alude en multitud de páginas y foros, cuyo contenido parece haberse
filtrado en forma de narración escrita de lo que muestran pero de
cuya existencia nunca hay pruebas porque nadie, jamás, los ha visto
de primera mano, son pura invención. Sin entrar en detalles sobre lo
que se afirma que contienen, sólo decir que se trata de un catálogo
de aberraciones tan grotescas que resulta difícil creer que existan
en cifra tal, y no tanto por fe en la bondad del Hombre como por lo
desagradable que hasta para un psicópata de los peores sería tener
que ejecutarlas. La supuesta organización criminal que se oculta
tras las sigas NLF (No Limits Fun), responsable en teoría de al
menos un vídeo snuff que por un buen puñado de bitcoins se rumorea
que está disponible en la Deep, no es en mi opinión más que un
cuento. Y la palabra cuento no es banal. Cualquiera diría que existe
alguna suerte de folklore, de tradición oral sumergida de lo
horrible, capaz de consolidar a la larga arquetipos como el de NLF.
Esta siniestra organización parece más un producto del inconsciente
colectivo que una realidad tangible, y recuerda, por lo artificioso
de su malignidad, a aquellos bailes de máscaras de Eyes Wide Shut.
Al igual que los cuentos maravillosos, que hasta que acaban bien
transitan por horrores atroces que sin embargo comprendemos a la
perfección (brujas caníbales, padres incestuosos, maridos que te
cortan la cabeza), las leyendas urbanas hoy en boga son de gestación
colectiva y están conformadas por cosas que nos dan miedo a todos. A
todos los que crecimos a la vera de esta cultura y no de otra, digo,
aunque quién sabe si el temor a ser destripado en un búnker para
solaz de los ricos más degenerados no se ha hecho, con el paso del
tiempo, tan arquetípico como una madrastra o como la necesidad de
superar siempre tres pruebas.
Las
leyendas urbanas han proliferado, como no podía ser de otra manera,
en un espacio como el de Internet en el que cada cuál es más o
menos libre de escribir lo que le plazca. Un usuario afirma haberse
topado con información o imágenes escalofriantes y, según la
habilidad que tenga para contarlo, puede llegar a ser creído a
medias por un número nada desdeñable de individuos que en el fondo
están deseosos de que les convenzan de lo que sea. La fe en lo
oculto (en el sentido de esotérico o de escondido sin más) y en la
existencia de conspiraciones es una forma como cualquier otra de
evadir el aburrimiento. En Internet las leyendas urbanas han mutado
en creepypastas, algunas de las cuáles versan sobre la Deep Web y
sobre los peligros que en ella acechan al usuario incauto o demasiado
curioso. Una creepypasta es un relato anónimo, de contenido
inquietante o terrorífico y sin valor literario alguno que ciertos
usuarios copian y pegan en foros temáticos con ánimo de incomodar.
Narrados en primera o tercera persona del singular, combinan
acontecimientos reales con dramatizaciones por completo inventadas
para crear la ilusión de que lo que cuentan le ha pasado hace poco a
alguien. Son leyenda urbana hecha literatura pulp. Entre las
creepypastas más comunes está la del curioso que se topa por
casualidad con un vídeo snuff en alguna web que o ya no existe o en
la cuál es ya imposible encontrar el archivo en cuestión.
Cualquiera que dé algo de crédito a este tipo de relatos acabará,
con toda probabilidad, llamando a las puertas de la Deep. Otro de estos fenómenos de
Internet que son, además de creepypasta,
obras de arte transmedial, es la página web Normal porn for normal people (http://normalpornfornormalpeople.com/). Se describe como dedicada a la erradicación de
la sexualidad anormal, o algo parecido, y su contenido consiste en una serie de
perturbadores vídeos en blanco y negro grabados, es de suponer, por la persona
responsable de la página. Si bien los vídeos no contienen nada censurable en sí
mismo (desde luego, y con la excepción de uno en el que un gordo lame un
lavaplatos que pudiera tacharse de difusamente
parafílico, no son pornográficos en absoluto) consiguen de algún modo
sugerir que son fragmentos de algo de mayor duración. Imágenes fijas de
personas enmascaradas o mirando a la pared, voces de niños que jamás llegan a
salir en pantalla, paseos cámara en mano por pasillos oscuros y escaleras hacia
abajo que recuerdan a los del canal Jack
Torrance. Nada censurable ni demasiado espantoso, pero sí inquietante y a
ratos hasta amenazador. La cosa no tendría mayor importancia (al fin y al cabo
cualquier artista conceptual de nuevo cuño tiene derecho a colgar lo que le
salga de las gónadas en Internet) si no fuera por un posteo en referencia a la
página que publicó el usuario de un foro. En él afirmaba que una noche que
curioseaba por la web de marras se había topado con algunos clips insólitos. En
uno de ellos un hombre obeso, reflejado en un espejo fuera de cámara,
supuestamente se masturbaba; en otro un perro parecía sufrir en el suelo los
síntomas de una intoxicación. En el que revolucionó la caja de comentarios del
post una mujer atada a una cama era despedazada por un chimpancé. Por supuesto,
cuando multitud de usuarios acudieron a la página en estampida para buscar los
vídeos de los que esa persona hablaba no encontraron nada reseñable. Sólo las
mismas grabaciones caseras e inquietantes de siempre. Fue la verosimilitud que
logró el post de esta persona, gracias a que intercaló descripciones de vídeos
que existían en la página con las de otros que no, lo que convierte esta
anécdota en especial incluso desde un punto de vista sociológico. Al parecer la
policía ha cerrado ya la web un par de veces, aunque ésta siempre acaba
reabriendo. El revuelo ha sido grande hasta el punto de haber generado una
investigación. Es probable que el autor del post sea el propio creador del
dominio, que no sé si con la intención de conseguir publicidad o si porque, en
realidad, la obra de arte no era tanto el contenido de la página web como el
revuelo que la creepypasta asociada a
ella iba a causar, la abrió con ánimo de dar apoyo a una trola de su invención
Naufragando
por la Deep Web me he encontrado con usuarios que preguntaban por el
vídeo snuff del chimpancé, bautizado como "useless" por
la persona que inició la polémica. Esto es a lo que me refiero con
lo de que en la Deep impera un caos de leyenda y desinformación en
el que es complicado, cuando no imposible, discriminar entre realidad
y fantasía. Por debajo de la Deep, en lo que es ya un fondo abisal
en toda regla, se extienden las Islas Marianas de la Red (bautizadas
así en honor no tanto de la virgen como de la fosa). En ellas se
supone que se ubican redes gubernamentales de acceso restringido y
espacios a los que se entra por estricta invitación. El acceso
ilegal a cualquiera de sus contenidos podría enviar a una persona a
la cárcel, o algo peor. Puede que esto suene mitológico y a leyenda
de las de manual, pero resulta bastante verosímil en comparación
con el siguiente nivel de profundidad que se le supone a Internet:
Zion. De este espacio legendario se dice que, quien llega a él,
tiene la oportunidad de apagar la Red Global. No sé si el apagado
consiste en pulsar un botón de un color determinado o si para
culminarlo hay que lanzar contra el sistema alguna suerte de troyano
mesiánico, pero que Zion exista (siquiera como meme) en el
imaginario de nuestra época da que pensar bastante. Entronca con la
atracción por lo apocalíptico y con la moda de concebir la realidad
como algo en esencia relativo. Ya se insinuaba en aquel anime extraño
que en su día se comparó con Twin Peaks titulado Serial Experiments
Lain: si existe un Dios está en la Red. Sí, si existe está en la
Red y casi seguro que vive sumergido, como Antiguo que es, más abajo
de las Marianas.
Leyendas
urbanas aparte, el que exista un espacio sin censura en el que en
teoría es posible una comunicación más libre no debería ser
tomado a guasa ni olvidado sin más. La Deep Web ya tuvo su papel
durante la Primavera Árabe, posibilitando a la gente comunicarse y
organizarse contra un poder opresor que vigilaba la superficie de
Internet como si fuera una calle más del país. No todo en la Deep
Web es Dark Web, a pesar de que ésta ocupe un porcentaje notable de
su extensión total, y por tanto pueden buscársele usos si no menos
subversivos sí más nobles desde un punto de vista ético. En un
presente en el que el Gran Hermano campa a sus anchas disfrazado de
lo que no es (la aparente libertad que tenemos para decir lo que
queremos decir es una falacia, con ese concepto desviado del
respeto que nos obliga a guardar las formas ante posturas claramente
impresentables y peligrosas, y una libertad de expresión mal
entendida que hace que la gente se ponga a opinar sobre lo que sea,
de cualquier manera, sólo porque es su derecho y los derechos han de
ejercerse aunque sea en vano), la Deep Web podría acogernos cuando
aquello que tengamos que exponer no sea de la incumbencia de Google
ni de los gobiernos a los que vende información. Quién sabe. No es
descabellado suponer que cualquier revolución que hoy por hoy se dé
empezará en Internet. Y que cuando eso ocurra la Deep Web puede ser
algo más que un espacio consolador y simbólico, en el sentido de
que da margen y ofrece anonimato a cualquiera decidido a conspirar.
jueves, 5 de febrero de 2015
El ArTe De MaTaR
El primer giallo que vi en mi vida, por
casualidad y mucho antes de empezar a obsesionarme con el género fue
Rojo Oscuro. No me gustó. Aquella primera vez, me refiero, con un
paladar bastante analfabeto que perdió el tiempo, listillo patético,
en criticar lo barato de la trama principal en lugar de limitarse a
comer disfrutando las escenas como lo que son: caramelos.
El giallo es al slasher, o en un
sentido más amplio al asesinato cinematográfico, lo que la haute
cuisine a la gastronomía o la alta costura al mundo de la moda. Mas
el refinamiento del gusto que en ámbitos como el de la cocina o el
diseño puede ser subversivo pero también no serlo en absoluto, en
el giallo va por fuerza acompañado de una suspensión del sentido de
la moral que además de subversiva es perversa. La fotografía en el
giallo, obcecada en la búsqueda de una clase particular de belleza,
consigue de pura empatía y sensibilidad para con los objetos que
revela componer odas tácitas al asesinato. Odas que además carecen,
al contrario que en obras como el clásico de De Quincey "Del
asesinato considerado como una de las bellas artes", de todo
vestigio irónico o satírico que permita interpretar lo que se ve
como metáfora de otra cosa distinta. El giallo, de la mano de una
fotografía voyeurista que convierte en cómplice a quien se queda
mirando, presenta el asesinato como la forma más elevada de arte y,
dentro de éste, la muerte de una mujer hermosa como la más sublime
variante de todas. Los primerísimos planos de la boca, del cuchillo,
de la sangre que empapa la ropa ciñéndola todavía más si cabe al
cuerpo; las composiciones cromáticas que logran, ora con contrastes
radicales ora difuminando y confundiendo las fronteras, que los
colores chillen o susurren como criaturas vivas, dan a entender que
lo que se muestra es, si bien no correcto desde una perspectiva
moral, sí indiscutiblemente bonito de contemplar. El giallo parece
ilustrar lo mismo que aquella pintada de King Mob que, aludiendo a De
Quincey o quizá a malditos de ironía menos evidente, decía que el
crimen era la expresión más elevada de sensualidad. El mismo Edgar
Allan Poe llegó a afirmar que "la muerte de una mujer hermosa
era, sin duda, el tema más poético del mundo".
El giallo no se detiene tanto en
mostrarnos parafilias como en hacérnoslas sentir y, por extensión,
disfrutar. No se entretiene en dar miedo sino en estimular alguna
suerte de libido tanatoria oculta en todos que hace que, según la
forma en que nos cuenten el cuento, prefiramos identificarnos con el
lobo. El giallo juega con la ventaja de saber que los seres humanos
confundimos, más a menudo de lo que nos gusta reconocer, los
conceptos de belleza y bondad. Algo que es hermoso no puede ser tan
malo. La fotografía tramposa y hechicera nos sumerge de lleno en el
sentimiento parafílico y después nos muestra, a través de un gore
explícito que sin embargo es menos realista que conceptual y
simbólico, todo lo que deseamos ver. Promete para después cumplir
poniéndonos del lado de algo atroz que sin embargo es bello. Nos
compra con caramelos como a niños, nos torna polimorfos y perversos
decantándonos por lo que es disfrutable sin más, con independencia
de criterios éticos. Hasta las tramas en ocasiones incoherentes o
flagrantes en su estupidez ayudan a cimentar la sensación de que,
como en el porno, sólo lo que necesitamos ver no es superfluo. En el
giallo es McGuffin todo lo que no es muerte o acecho. Las tramas
están al servicio de ese fin en sí mismo que es matar y apenas si
importan. De ahí el aroma a serie B y a exploit que, sin perjuicio
de la exquisitez extraña pero macroscópicamente perceptible que
poseen, emana de estas películas como un perfume barato que sin
embargo logra seducirnos.
Aunque la función catártica del cine
de terror no se limita al giallo, el modo en que éste se recrea en
sí mismo y su estética exaltada al sugerir cuando no al celebrar el
Mal y la avidez asesina lo hacen más controvertido que otros géneros
considerados "más duros", como el slasher, que si bien
derrocha casquería y sexo explícito en dosis muy superiores a las
del giallo, es a todas luces inocente y de intenciones cristalinas en
comparación con éste. Mientras que en todo slasher que se precie de
serlo se pasa bien a fuerza de sufrir con las víctimas (el tipo de
catarsis adaptativa y políticamente correcta que nos hace taparnos
la cara con un cojín para no ver demasiado), en el giallo la
satisfacción deriva de sentir como siente el asesino (lo cuál
transmuta la empatía en morbosidad voyeur y nos hace permanecer con
los ojos fijos en la pantalla). Toda una experiencia de realidad
virtual que casi siempre es mejor disfrutar a solas, pues dependiendo
de quién se tenga al lado mirar giallo puede convertirse en lo mismo
que estar sentado con tus padres viendo una película de acción que
de repente y de forma inesperada se sube mucho de tono. Si se quiere
prestar atención a un giallo es mejor verlo solo, porque en cuanto
hay alguien más la cosa tiende a ponerse afrodisíaca o incómoda y
ésa no es manera de ver cine. El giallo es en cierto modo
pornografía hipotalámica, velada y sólo a medias comprensible por
nuestra parte consciente, que un día se queda enganchada a la
imaginería propia del género sin saber exactamente qué es lo
que le gusta y por qué.
La forma ordenada y ritual en que los
elementos más convencionales del género son presentados en cada
giallo (el testigo de un asesinato brutal que deviene en detective,
los guantes negros que prologan el derramamiento de sangre, las
infinitas variaciones sobre el tema de una muerte que en el fondo es
siempre la misma y que funciona a la manera de una obsesión poética,
el homicidio de una mujer hermosa a manos de otra de su misma
condición que no se revela como tal hasta el desenlace -lo cuál me
remite al refinado homenaje que Brian de Palma rindió a Hitchcock en
Vestida para matar, que con bastante más de giallo que muchos
giallos fundacionales y en lo que quizá no sea sino un guiño
invertido al género la asesina resulta ser un hombre que se traviste
para liquidar mujeres) hace que estas películas resulten
metacinematográficas en esencia, o lo que es lo mismo, que se
construyan como homenajes a una estética de la que toman prestado el
sentido. No se concibe giallo sin que cierto grado de homenaje se dé,
lo cuál deriva en que su calidad no dependa tanto de una trama
genuina como de la maestría alcanzada en reorganizar unos elementos
familiares y por todos conocidos que no pueden faltar, pues sin ellos
el giallo dejaría de ser giallo para solaparse inevitablemente con
otros géneros centrados en la figura del psychokiller.
El giallo puede ser considerado un
subgénero del cine de terror, pero tampoco es descabellado
concebirlo como cine en esencia experimental. El horror es un
elemento central del giallo, pero sólo a base de terror no se
construye una película representativa del género. Lo terrorífico
en el giallo se trata de una forma tan estilizada que en ocasiones
llega al extremo de perder la capacidad de asustar. Algunas escenas
de muerte son más disfrutables como composiciones plásticas o
piezas de erotismo desviado que como secuencias atemorizantes con las
que pasar un auténtico mal rato, y de hecho cuando el cuerpo pide
experimentar terror del que incomoda y crispa hasta la náusea el
giallo debería tal vez ser nuestra última opción. Los síntomas
que la visualización de un buen giallo conlleva tienen más que ver
con los del síndrome de Stendhal que sufre Asia Argento en la
película homónima que protagoniza a las órdenes de su padre que
con los del pánico propiamente dicho, y es por eso que los giallos
hay que reservarlos para esos días sibaritas y un poco snobs en que
el cuerpo nos pide caprichos caros.
Una joya desconocida de carácter
puramente experimental y más mirloblanquista de lo que cualquier
giallo, excepto por supuesto la pieza maestra Suspiria, es ya de por
sí, es la producción belga Amer. Prácticamente muda y sin ningún
diálogo (los personajes a veces dicen algo pero jamás son
respondidos por nadie), parece haber querido suprimir lo poco de
superfluo que a modo de hilo conductor conservan los giallos.
Dividida en tres secciones desconectadas entre sí que sin ningún
problema podrían funcionar como cortometrajes, resulta todavía más
metacinematográfica que las fuentes de las cuáles bebe. Cada
historia homenajea un elemento propio del género, aunque sólo la
tercera es propiamente un giallo. Arranca con lo que parece un
tributo a giallos de tinte sobrenatural como los de la famosa
trilogía de las madres de Argento, continúa con una suite alejada
de lo terrorífico que sin embargo es la pieza de mayor calidad de
toda la cinta y que es un guiño, o así me lo parece a mí, a esa
fotografía omnisciente e hipersexualizada que convierte en giallo el
slasher; y acaba con un microgiallo de corte clásico en el que la
perversión da una vuelta más de tuerca y a la parafilia del asesino
se opone la de la protagonista, que parece estar pidiendo a gritos, o
a gemidos más bien, que acaben con ella. Quizá Amer no es la
película más adecuada para introducirse en el género, pero para el
fanático que rastrea a la caza de un formato que cada vez se deja
ver menos y con peores resultados supone un regalo.
miércoles, 16 de julio de 2014
Sobre la fragancia Flower' s barrow de Lush:
El perfume no es del todo grato a la nariz, pero sí muy sofisticado. No podría no serlo tratándose, como se trata en efecto, de un perfume conceptual. Un perfume llamado Flor de túmulo que huele a rosa, geranio, salvia, tomillo y grosellas negras, sí, pero a rosa, geranio, salvia, tomillo y grosellas muertos. Jean-Baptiste Grenouille alabaría lo conseguido de esta fragancia y, aunque él la sintetizaría mejor, entendería sin duda la intención que se adivina en sus creadores.
El perfume es decadente y vampírico, y aunque siniestro consigue excitar los sentidos. En sus momentos más alegres huele un poco a tiesto (será el geranio), y en sus caídas en picado a flores con moho. Una exquisitez para narices algo desviadas que gusten de fragancias polimorfas y por completo amorales. Lestat usaría este perfume. Y Felicidad Blanc también.
Chapeau
jueves, 21 de noviembre de 2013
Nada (cuanto más lejos mejor)
Pertenezco a una generación que ni trabaja, ni estudia ni holga como manda Satanás. Pertenezco a una generación de yonkis desmotivados hasta las cejas. A una generación de infantes crónicos que se ajan, cada día que pasa más, encerrados en cuerpos de jóvenes hechos unos auténticos zorros. A una generación de fracasados que nunca más lo serán, gracias a que a fuerza de perderlo todo una y otra vez no tienen, por fortuna, ya nada más que extraviar y pueden, para regocijo de una servidora, dedicarse al crimen y a la violencia. A una generación de pusilánimes sin principios ni fines a la vista que el día menos pensado, por a saber qué reorganización fortuita de las fuerzas de la entropía y del caos (o a consecuencia de ese diseño inteligente que nos hizo a imagen y semejanza de un dios vengativo y de permanente mala gaita), se condensarán en hordas enfurecidas de asesinos y violadores vocacionales. Sin nada que perder, sin ganas de lograr absolutamente nada, apenas impulsados por esa parte del cerebro más reptiliana y primitiva que nos aproximaría, de ser dominante, a las bestias, avanzarán hacia la comisión de fechorías aberrantes. Los que no opten por la violencia será porque están muertos, postrados o encerrados en clínicas mentales. Más de una década de disipación absoluta ha de tener sus consecuencias, y como ocurre en la selva los débiles serán eliminados. Enloquecerán de cáncer o morirán de falta de objetivos, qué más da; en cualquier caso estarán para el arrastre. Los que quedemos, si es que no nos autoeliminamos en ese segundo round que serán las tandas de suicidios (debidos a la depresión que la muerte y el enloquecimiento de seres queridos nos causarán, o a una falta de objetivos más acentuada y de carácter más siniestro en relación a la edad que ya iremos teniendo), sólo podremos dedicarnos a la violencia.
A mi parte más cínica, dominante sobre el resto de mis partes (excepto tal vez sobre mis genitales, que no son nada cínicos y que tienden a dominarlo casi todo, menudos son ellos), le parece un final tan bueno como cualquier otro. El no tener nada que hacer ni confiar en ir a tenerlo en breve ni en realidad a la larga me ha generado una sed de sangre que ni los hunos. Creo que no soy asesina en serie más por miedo a que me pillen que porque me parezca una ocupación aburrida, y si todavía temo que me descubran será porque considero que algo tengo que perder (aunque bien poco y disminuyendo, dicho sea de paso). Espero, con anhelo del que te hace frotarte las manos, el día en que lo que perder tengo mengüe hasta desaparecer del todo. Y además posseo una conciencia forense refinada por años de lecturas sangrientas, lo cual es toda una suerte en esta era tecnológica en que pueden pillarte por los pelos (dejados en la escena del crimen, y porque aun con tecnología de por medio- demos gracias a Lucifer- la policía sigue siendo bastante incompetente -¿se considera esto un insulto, por cierto? Si es que sí métanme en la cárcel, se lo ruego, muero por pasar por la experiencia de chirona para incitar a motines y enrollarme con una presa con cara de chunga pero pibona). Quizá se deberían haber invertido más publicidad y recursos en que la chusma acudiera a ver en masa cine independiente y de autor en lugar de amariconadas de acción y de superación personal. Las fantasías generadas por tantísima testosterona audiovisual serán siempre contrarias a los intereses oficiales. La testosterona a litros (testosterona que yo he ingerido, de rodillas y con la fruición de un verdadero marimacho) genera individuos fuera de control. No digamos ya individuas. Dispuestos a todo (siempre que el todo en cuestión no requiera mover una meninge) con tal de seguir operando fuera del plano de lo real, pues lo real no surge por meramente imaginarlo y además implica volver a tener cosas que perder. Un engorro, vamos. Hace tiempo ya que hablamos de lo real pero que no actuamos sobre lo real en absoluto. El postmodernismo y la reinterpretación crónica de los símbolos (y los mañaneos, y las tertulias interminables entre yonkis cargados de razón) nos han hecho procrastinadores. Y procrastinaremos, que a nadie le quepa duda, hasta deslomarnos o deslomar a la nada. Al fin y al cabo es ella o nosotros. O ella o yo, o ella y yo o vosotros, o vosotros y ella o yo, si no os importa y ya que entre otras cosas soy miembro de una generación de integrante único. Lástima que ya no sepa si mi enemigo es la nada o sois vosotros. Quizá no sea sino yo misma influenciada por la nada y por vosotros, cucarachas. Esta mezquindad que me possee no puede haber sido idea mía, sino que por fuerza ha de haberme sido irradiada desde el exterior. A lo mejor no sería tontería hacerme con uno de esos capirotes de papel de plata (que si se revela inútil podré al menos emplear para fumar en narguile o heroína). O a lo mejor es sólo que empiezo a enloquecer de cáncer y que ni siquiera estoy destinada a sucumbir en la tanda de suicidios, sino mucho antes.
Marcho, hasta el advenimiento del próximo melocotón, a fabricar explosivos de elaboración casera. Que os follen a todos y a mí la primera, como de hecho están ya haciendo. Nos veremos, por encima de vuestro cadáver, en el infierno.
A mi parte más cínica, dominante sobre el resto de mis partes (excepto tal vez sobre mis genitales, que no son nada cínicos y que tienden a dominarlo casi todo, menudos son ellos), le parece un final tan bueno como cualquier otro. El no tener nada que hacer ni confiar en ir a tenerlo en breve ni en realidad a la larga me ha generado una sed de sangre que ni los hunos. Creo que no soy asesina en serie más por miedo a que me pillen que porque me parezca una ocupación aburrida, y si todavía temo que me descubran será porque considero que algo tengo que perder (aunque bien poco y disminuyendo, dicho sea de paso). Espero, con anhelo del que te hace frotarte las manos, el día en que lo que perder tengo mengüe hasta desaparecer del todo. Y además posseo una conciencia forense refinada por años de lecturas sangrientas, lo cual es toda una suerte en esta era tecnológica en que pueden pillarte por los pelos (dejados en la escena del crimen, y porque aun con tecnología de por medio- demos gracias a Lucifer- la policía sigue siendo bastante incompetente -¿se considera esto un insulto, por cierto? Si es que sí métanme en la cárcel, se lo ruego, muero por pasar por la experiencia de chirona para incitar a motines y enrollarme con una presa con cara de chunga pero pibona). Quizá se deberían haber invertido más publicidad y recursos en que la chusma acudiera a ver en masa cine independiente y de autor en lugar de amariconadas de acción y de superación personal. Las fantasías generadas por tantísima testosterona audiovisual serán siempre contrarias a los intereses oficiales. La testosterona a litros (testosterona que yo he ingerido, de rodillas y con la fruición de un verdadero marimacho) genera individuos fuera de control. No digamos ya individuas. Dispuestos a todo (siempre que el todo en cuestión no requiera mover una meninge) con tal de seguir operando fuera del plano de lo real, pues lo real no surge por meramente imaginarlo y además implica volver a tener cosas que perder. Un engorro, vamos. Hace tiempo ya que hablamos de lo real pero que no actuamos sobre lo real en absoluto. El postmodernismo y la reinterpretación crónica de los símbolos (y los mañaneos, y las tertulias interminables entre yonkis cargados de razón) nos han hecho procrastinadores. Y procrastinaremos, que a nadie le quepa duda, hasta deslomarnos o deslomar a la nada. Al fin y al cabo es ella o nosotros. O ella o yo, o ella y yo o vosotros, o vosotros y ella o yo, si no os importa y ya que entre otras cosas soy miembro de una generación de integrante único. Lástima que ya no sepa si mi enemigo es la nada o sois vosotros. Quizá no sea sino yo misma influenciada por la nada y por vosotros, cucarachas. Esta mezquindad que me possee no puede haber sido idea mía, sino que por fuerza ha de haberme sido irradiada desde el exterior. A lo mejor no sería tontería hacerme con uno de esos capirotes de papel de plata (que si se revela inútil podré al menos emplear para fumar en narguile o heroína). O a lo mejor es sólo que empiezo a enloquecer de cáncer y que ni siquiera estoy destinada a sucumbir en la tanda de suicidios, sino mucho antes.
Marcho, hasta el advenimiento del próximo melocotón, a fabricar explosivos de elaboración casera. Que os follen a todos y a mí la primera, como de hecho están ya haciendo. Nos veremos, por encima de vuestro cadáver, en el infierno.
lunes, 14 de noviembre de 2011
El orden de los monotremas
Mi madre es una rara avis del orden de los monotremas que siempre ha sabido valerse por sí misma. Para traerme al mundo mi madre puso un huevo y, viendo que era bueno, lo hirvió en agua toffana dentro de un caldero negro vuelto del revés, añadiendo a cada rato ingredientes de su gusto entre los que se contaban, o así me gusta pensarlo al menos, grasa y corazones infantiles; cicuta, yerba mora y beleño; bufotenina de sapo encantado y mandrágoras con cara de trasgo, arrancadas de la tierra con ayuda de mulas sordas aunque de extraordinaria fertilidad; ruda, estramonio y nux vomica y al menos tres corazones de gacela que, arrebatados a la fuerza en bosques tenebrosos a cazadores de talante bondadoso, para que surtan efecto hay que atravesarlos con catorce alfileres oxidados, involucrados en prácticas abortivas. Con todo esto hizo un emplasto, una mezcolanza, un guiso, que una noche de luna llena enterró al pie de voluptuosa y retorcida higuera. Noche tras noche, sobre el nicho que habría de contener su homúnculo, aspergió orines, sudor y sangre íntima hasta que la tierra pareció ir adoptando el aire trémulo, gordezuelo y lácteo de las crías de hombre. Con heno, acónito, láudano, mimo y paciencia infinita entretejió una cuna diminuta, esférica o rectangular según el ojo con el cual se la mirara, que cabía en el hueco de la chimenea, se mecía sola cuando quería y sabía cómo hacer que un homúnculo se desarrollara pleno, creciera parejo en estatura y delirios de grandeza y transmutara, cuando le correspondiera, su sexo en el que más rabia le diera. Así, de homúnculo masculino muté, con la ayuda de ciertos bebedizos cuya composición me está vetado revelar a cualquiera ajeno al mundillo de los pactos diabólicos, en un retoño de ninfa que, en aquellos primeros años de la metamorfosis y a modo de efecto secundario por la ingesta de tantísima ponzoña, más se asemejaba a un tubérculo negruzco y leñoso que a un hada u otra criatura feérica. Las lágrimas que lloraba ante el reflejo de mi deformidad en todo espejo o charco que se me cruzara no conmovían a mi madre, que como sabiendo algo que yo ignoraba sonreía condescendiente y enigmática, susurrando cuando cabizbaja me veía alejarme que, lo que no me matara, más fuerte y poderosa me haría.
Fuerte y poderosa. Fuerte y poderosa. A la par que me llenaba de aspiraciones del tamaño de catedrales, fui con los años perdiendo la costra de fealdad aparente y aprendiendo, a veces a fuerza de trompicones capitales, que la belleza no resta monstruosidad al carácter, y que un monstruo, si hacemos caso a Jarry, no es sino un "original de belleza inagotable” . Sobre la ninfa transexual, negruzca y arrugada que fui, los sintagmas susodichos actuaron a modo de mantra, y tanto fue así que, sin apenas darme cuenta de lo que pasaba, comenzaron a ocurrir cambios sensibles: la costra dura y como de patata vieja comenzó a desprenderse de la carne tierna, lívida e irritada por tantos años escondida del sol y entre tinieblas. Los huesos, que hasta entonces habían permanecido entumecidos, encorvados sobre sí mismos en una postura agazapada y asimétrica que recordaba a la de los simios, parecieron de pronto desplegarse y adoptar, tras un único y doloroso espasmo oseo esquelético que puso, al provocar un huracán, en alerta def con uno a la ciudad, cierto aire gallardo y altivo. Ya erguida y en carne viva, libre de cortezas, crisálidas y agarrotamientos, recuerdo haber salido al exterior, desnuda y sangrando por al menos tres agujeros, a beberme el aire, el ruido y cualquier cosa susceptible de resucitar mis sentidos atrofiados. En algún instante de aquella orgía sensorial perdí el conocimiento y me desplomé contra una piedra de pico, y a pesar de que se abrió en mi craneo, aún lampiño, un nuevo y sangrante orificio, más que a un lacerante dolor asocio la brecha a una suerte de abrazo cósmico, brusco y repentino. Cuando desperté del trance y del pasajero extravío, era humana.
Monstruosa, excesiva, demasiadamente humana; pura de raza y cepa y corrompida hasta la raíz. Dispuesta a todo con tal de crecer en quimérica y compleja sofisticación, pero con una debilidad de base que con el tiempo me llevaría a perpetrar algunas deconstrucciones. La fijación con el dominio y con el poderlo todo es del todo incompatible con la inseguridad asociada a ser humano y mortal. Consciente de la muerte y del absurdo pasajero de este existir que apenas si ha empezado y ya está tocando a su fin, sólo resta consumirse a paso de tortuga y pleurar por que la dulce y bella vida siga estirándose de vez en cuando.
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