Oui, mon coeur. Justo eso. Justo eso.
Las claves:
- cualquier otra mujer lo conseguiría sin esfuerzo
- juego mal mis cartas
- joderme bien jodida.
Justo eso. Joderme bien jodida. Bien jodida. Cómo me excita esa frase en tus labios fríos y calientes, en tu lengua de pulpa y de acero.
Hoy no sé pensar, no puedo pensar. No me encuentro bien, no me encuentro mal. Tararí, tararí, tarará.
No he comido. No he hablado con nadie, excepto con Anaïs (que estos días me sigue de cerca, lo presiento, como un fantasma deliciosamente femenino y solidario).
Hay que ver lo bueno que estás y lo bruto que eres, amor mío. Esa brutalidad tuya tan sensible, esa sensibilidad tuya tan brutal y primitiva.
Me he metido en el baño de paralíticos, que tiene un espejo privado (no sé si para compensarles por su incapacidad o para recordársela visualmente). Me he desnudado y me he contemplado de frente y de perfil. Me he gustado. Me ha gustado mi cuerpo y mi rostro al contemplarme. ¡Qué hembra!, me he dicho. ¡Tan lista! ¡Tan guapa! ¡Tan jodidamente insatisfecha! ¡Tan enamorada del mejor de los hombres! ¡Tan triste!
Eso me decía Fernando, que tenía los ojos más tristes que había visto en su vida. Los veía tristes incluso cuando estaba contenta... aunque bueno, tan sabiniano él, ¡qué otra cosa podía decirme! ¡La muchacha de los ojos tristes! ¿Tengo tristes los ojos, o sólo los entristezco cuando sé que me están mirando?
Tú también tienes los ojos tristes, la cara triste. ¡Cómo me gustas! En ocasiones me resulta increíble que me gustes tanto. Me resulta incluso fastidioso.
Me voy a tomar otro café, a ver si estallo de una puta vez y salpico a todo el mundo con mi santidad.
Bien jodida. Bien jodida. Eso es lo que nadie excepto tú ha hecho jamás: joderme como Dios manda, mandarme como Dios jode. Me gusta estar a tus pies, o no. Quién sabe. Yo lo sé. Dios lo sabe.
Jódete, Dios.
Las claves:
- cualquier otra mujer lo conseguiría sin esfuerzo
- juego mal mis cartas
- joderme bien jodida.
Justo eso. Joderme bien jodida. Bien jodida. Cómo me excita esa frase en tus labios fríos y calientes, en tu lengua de pulpa y de acero.
Hoy no sé pensar, no puedo pensar. No me encuentro bien, no me encuentro mal. Tararí, tararí, tarará.
No he comido. No he hablado con nadie, excepto con Anaïs (que estos días me sigue de cerca, lo presiento, como un fantasma deliciosamente femenino y solidario).
Hay que ver lo bueno que estás y lo bruto que eres, amor mío. Esa brutalidad tuya tan sensible, esa sensibilidad tuya tan brutal y primitiva.
Me he metido en el baño de paralíticos, que tiene un espejo privado (no sé si para compensarles por su incapacidad o para recordársela visualmente). Me he desnudado y me he contemplado de frente y de perfil. Me he gustado. Me ha gustado mi cuerpo y mi rostro al contemplarme. ¡Qué hembra!, me he dicho. ¡Tan lista! ¡Tan guapa! ¡Tan jodidamente insatisfecha! ¡Tan enamorada del mejor de los hombres! ¡Tan triste!
Eso me decía Fernando, que tenía los ojos más tristes que había visto en su vida. Los veía tristes incluso cuando estaba contenta... aunque bueno, tan sabiniano él, ¡qué otra cosa podía decirme! ¡La muchacha de los ojos tristes! ¿Tengo tristes los ojos, o sólo los entristezco cuando sé que me están mirando?
Tú también tienes los ojos tristes, la cara triste. ¡Cómo me gustas! En ocasiones me resulta increíble que me gustes tanto. Me resulta incluso fastidioso.
Me voy a tomar otro café, a ver si estallo de una puta vez y salpico a todo el mundo con mi santidad.
Bien jodida. Bien jodida. Eso es lo que nadie excepto tú ha hecho jamás: joderme como Dios manda, mandarme como Dios jode. Me gusta estar a tus pies, o no. Quién sabe. Yo lo sé. Dios lo sabe.
Jódete, Dios.
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