jueves, 21 de noviembre de 2013

Nada (cuanto más lejos mejor)

Pertenezco a una generación que ni trabaja, ni estudia ni holga como manda Satanás. Pertenezco a una generación de yonkis desmotivados hasta las cejas. A una generación de infantes crónicos que se ajan, cada día que pasa más, encerrados en cuerpos de jóvenes hechos unos auténticos zorros. A una generación de fracasados que nunca más lo serán, gracias a que a fuerza de perderlo todo una y otra vez no tienen, por fortuna, ya nada más que extraviar y pueden, para regocijo de una servidora, dedicarse al crimen y a la violencia. A una generación de pusilánimes sin principios ni fines a la vista que el día menos pensado, por a saber qué reorganización fortuita de las fuerzas de la entropía y del caos (o a consecuencia de ese diseño inteligente que nos hizo a imagen y semejanza de un dios vengativo y de permanente mala gaita), se condensarán en hordas enfurecidas de asesinos y violadores vocacionales. Sin nada que perder, sin ganas de lograr absolutamente nada, apenas impulsados por esa parte del cerebro más reptiliana y primitiva que nos aproximaría, de ser dominante, a las bestias, avanzarán hacia la comisión de fechorías aberrantes. Los que no opten por la violencia será porque están muertos, postrados o encerrados en clínicas mentales. Más de una década de disipación absoluta ha de tener sus consecuencias, y como ocurre en la selva los débiles serán eliminados. Enloquecerán de cáncer o morirán de falta de objetivos, qué más da; en cualquier caso estarán para el arrastre. Los que quedemos, si es que no nos autoeliminamos en ese segundo round que serán las tandas de suicidios (debidos a la depresión que la muerte y el enloquecimiento de seres queridos nos causarán, o a una falta de objetivos más acentuada y de carácter más siniestro en relación a la edad que ya iremos teniendo), sólo podremos dedicarnos a la violencia.
A mi parte más cínica, dominante sobre el resto de mis partes (excepto tal vez sobre mis genitales, que no son nada cínicos y que tienden a dominarlo casi todo, menudos son ellos), le parece un final tan bueno como cualquier otro. El no tener nada que hacer ni confiar en ir a tenerlo en breve ni en realidad a la larga me ha generado una sed de sangre que ni los hunos. Creo que no soy asesina en serie más por miedo a que me pillen que porque me parezca una ocupación aburrida, y si todavía temo que me descubran será porque considero que algo tengo que perder (aunque bien poco y disminuyendo, dicho sea de paso). Espero, con anhelo del que te hace frotarte las manos, el día en que lo que perder tengo mengüe hasta desaparecer del todo. Y además posseo una conciencia forense refinada por años de lecturas sangrientas, lo cual es toda una suerte en esta era tecnológica en que pueden pillarte por los pelos (dejados en la escena del crimen, y porque aun con tecnología de por medio- demos gracias a Lucifer- la policía sigue siendo bastante incompetente -¿se considera esto un insulto, por cierto? Si es que sí métanme en la cárcel, se lo ruego, muero por pasar por la experiencia de chirona para incitar a motines y enrollarme con una presa con cara de chunga pero pibona). Quizá se deberían haber invertido más publicidad y recursos en que la chusma acudiera a ver en masa cine independiente y de autor en lugar de amariconadas de acción y de superación personal. Las fantasías generadas por tantísima testosterona audiovisual serán siempre contrarias a los intereses oficiales. La testosterona a litros (testosterona que yo he ingerido, de rodillas y con la fruición de un verdadero marimacho) genera individuos fuera de control. No digamos ya individuas. Dispuestos a todo (siempre que el todo en cuestión no requiera mover una meninge) con tal de seguir operando fuera del plano de lo real, pues lo real no surge por meramente imaginarlo y además implica volver a tener cosas que perder. Un engorro, vamos. Hace tiempo ya que hablamos de lo real pero que no actuamos sobre lo real en absoluto. El postmodernismo y la reinterpretación crónica de los símbolos (y los mañaneos, y las tertulias interminables entre yonkis cargados de razón) nos han hecho procrastinadores. Y procrastinaremos, que a nadie le quepa duda, hasta deslomarnos o deslomar a la nada. Al fin y al cabo es ella o nosotros. O ella o yo, o ella y yo o vosotros, o vosotros y ella o yo, si no os importa y ya que entre otras cosas soy miembro de una generación de integrante único. Lástima que ya no sepa si mi enemigo es la nada o sois vosotros. Quizá no sea sino yo misma influenciada por la nada y por vosotros, cucarachas. Esta mezquindad que me possee no puede haber sido idea mía, sino que por fuerza ha de haberme sido irradiada desde el exterior. A lo mejor no sería tontería hacerme con uno de esos capirotes de papel de plata (que si se revela inútil podré al menos emplear para fumar en narguile o heroína). O a lo mejor es sólo que empiezo a enloquecer de cáncer y que ni siquiera estoy destinada a sucumbir en la tanda de suicidios, sino mucho antes.
Marcho, hasta el advenimiento del próximo melocotón, a fabricar explosivos de elaboración casera. Que os follen a todos y a mí la primera, como de hecho están ya haciendo. Nos veremos, por encima de vuestro cadáver, en el infierno.