jueves, 5 de febrero de 2015

El ArTe De MaTaR



El primer giallo que vi en mi vida, por casualidad y mucho antes de empezar a obsesionarme con el género fue Rojo Oscuro. No me gustó. Aquella primera vez, me refiero, con un paladar bastante analfabeto que perdió el tiempo, listillo patético, en criticar lo barato de la trama principal en lugar de limitarse a comer disfrutando las escenas como lo que son: caramelos.

El giallo es al slasher, o en un sentido más amplio al asesinato cinematográfico, lo que la haute cuisine a la gastronomía o la alta costura al mundo de la moda. Mas el refinamiento del gusto que en ámbitos como el de la cocina o el diseño puede ser subversivo pero también no serlo en absoluto, en el giallo va por fuerza acompañado de una suspensión del sentido de la moral que además de subversiva es perversa. La fotografía en el giallo, obcecada en la búsqueda de una clase particular de belleza, consigue de pura empatía y sensibilidad para con los objetos que revela componer odas tácitas al asesinato. Odas que además carecen, al contrario que en obras como el clásico de De Quincey "Del asesinato considerado como una de las bellas artes", de todo vestigio irónico o satírico que permita interpretar lo que se ve como metáfora de otra cosa distinta. El giallo, de la mano de una fotografía voyeurista que convierte en cómplice a quien se queda mirando, presenta el asesinato como la forma más elevada de arte y, dentro de éste, la muerte de una mujer hermosa como la más sublime variante de todas. Los primerísimos planos de la boca, del cuchillo, de la sangre que empapa la ropa ciñéndola todavía más si cabe al cuerpo; las composiciones cromáticas que logran, ora con contrastes radicales ora difuminando y confundiendo las fronteras, que los colores chillen o susurren como criaturas vivas, dan a entender que lo que se muestra es, si bien no correcto desde una perspectiva moral, sí indiscutiblemente bonito de contemplar. El giallo parece ilustrar lo mismo que aquella pintada de King Mob que, aludiendo a De Quincey o quizá a malditos de ironía menos evidente, decía que el crimen era la expresión más elevada de sensualidad. El mismo Edgar Allan Poe llegó a afirmar que "la muerte de una mujer hermosa era, sin duda, el tema más poético del mundo". 

El giallo no se detiene tanto en mostrarnos parafilias como en hacérnoslas sentir y, por extensión, disfrutar. No se entretiene en dar miedo sino en estimular alguna suerte de libido tanatoria oculta en todos que hace que, según la forma en que nos cuenten el cuento, prefiramos identificarnos con el lobo. El giallo juega con la ventaja de saber que los seres humanos confundimos, más a menudo de lo que nos gusta reconocer, los conceptos de belleza y bondad. Algo que es hermoso no puede ser tan malo. La fotografía tramposa y hechicera nos sumerge de lleno en el sentimiento parafílico y después nos muestra, a través de un gore explícito que sin embargo es menos realista que conceptual y simbólico, todo lo que deseamos ver. Promete para después cumplir poniéndonos del lado de algo atroz que sin embargo es bello. Nos compra con caramelos como a niños, nos torna polimorfos y perversos decantándonos por lo que es disfrutable sin más, con independencia de criterios éticos. Hasta las tramas en ocasiones incoherentes o flagrantes en su estupidez ayudan a cimentar la sensación de que, como en el porno, sólo lo que necesitamos ver no es superfluo. En el giallo es McGuffin todo lo que no es muerte o acecho. Las tramas están al servicio de ese fin en sí mismo que es matar y apenas si importan. De ahí el aroma a serie B y a exploit que, sin perjuicio de la exquisitez extraña pero macroscópicamente perceptible que poseen, emana de estas películas como un perfume barato que sin embargo logra seducirnos.

Aunque la función catártica del cine de terror no se limita al giallo, el modo en que éste se recrea en sí mismo y su estética exaltada al sugerir cuando no al celebrar el Mal y la avidez asesina lo hacen más controvertido que otros géneros considerados "más duros", como el slasher, que si bien derrocha casquería y sexo explícito en dosis muy superiores a las del giallo, es a todas luces inocente y de intenciones cristalinas en comparación con éste. Mientras que en todo slasher que se precie de serlo se pasa bien a fuerza de sufrir con las víctimas (el tipo de catarsis adaptativa y políticamente correcta que nos hace taparnos la cara con un cojín para no ver demasiado), en el giallo la satisfacción deriva de sentir como siente el asesino (lo cuál transmuta la empatía en morbosidad voyeur y nos hace permanecer con los ojos fijos en la pantalla). Toda una experiencia de realidad virtual que casi siempre es mejor disfrutar a solas, pues dependiendo de quién se tenga al lado mirar giallo puede convertirse en lo mismo que estar sentado con tus padres viendo una película de acción que de repente y de forma inesperada se sube mucho de tono. Si se quiere prestar atención a un giallo es mejor verlo solo, porque en cuanto hay alguien más la cosa tiende a ponerse afrodisíaca o incómoda y ésa no es manera de ver cine. El giallo es en cierto modo pornografía hipotalámica, velada y sólo a medias comprensible por nuestra parte consciente, que un día se queda enganchada a la imaginería propia del género sin saber exactamente  qué es lo que le gusta y por qué. 
La forma ordenada y ritual en que los elementos más convencionales del género son presentados en cada giallo (el testigo de un asesinato brutal que deviene en detective, los guantes negros que prologan el derramamiento de sangre, las infinitas variaciones sobre el tema de una muerte que en el fondo es siempre la misma y que funciona a la manera de una obsesión poética, el homicidio de una mujer hermosa a manos de otra de su misma condición que no se revela como tal hasta el desenlace -lo cuál me remite al refinado homenaje que Brian de Palma rindió a Hitchcock en Vestida para matar, que con bastante más de giallo que muchos giallos fundacionales y en lo que quizá no sea sino un guiño invertido al género la asesina resulta ser un hombre que se traviste para liquidar mujeres) hace que estas películas resulten metacinematográficas en esencia, o lo que es lo mismo, que se construyan como homenajes a una estética de la que toman prestado el sentido. No se concibe giallo sin que cierto grado de homenaje se dé, lo cuál deriva en que su calidad no dependa tanto de una trama genuina como de la maestría alcanzada en reorganizar unos elementos familiares y por todos conocidos que no pueden faltar, pues sin ellos el giallo dejaría de ser giallo para solaparse inevitablemente con otros géneros centrados en la figura del psychokiller. 

El giallo puede ser considerado un subgénero del cine de terror, pero tampoco es descabellado concebirlo como cine en esencia experimental. El horror es un elemento central del giallo, pero sólo a base de terror no se construye una película representativa del género. Lo terrorífico en el giallo se trata de una forma tan estilizada que en ocasiones llega al extremo de perder la capacidad de asustar. Algunas escenas de muerte son más disfrutables como composiciones plásticas o piezas de erotismo desviado que como secuencias atemorizantes con las que pasar un auténtico mal rato, y de hecho cuando el cuerpo pide experimentar terror del que incomoda y crispa hasta la náusea el giallo debería tal vez ser nuestra última opción. Los síntomas que la visualización de un buen giallo conlleva tienen más que ver con los del síndrome de Stendhal que sufre Asia Argento en la película homónima que protagoniza a las órdenes de su padre que con los del pánico propiamente dicho, y es por eso que los giallos hay que reservarlos para esos días sibaritas y un poco snobs en que el cuerpo nos pide caprichos caros.

Una joya desconocida de carácter puramente experimental y más mirloblanquista de lo que cualquier giallo, excepto por supuesto la pieza maestra Suspiria, es ya de por sí, es la producción belga Amer. Prácticamente muda y sin ningún diálogo (los personajes a veces dicen algo pero jamás son respondidos por nadie), parece haber querido suprimir lo poco de superfluo que a modo de hilo conductor conservan los giallos. Dividida en tres secciones desconectadas entre sí que sin ningún problema podrían funcionar como cortometrajes, resulta todavía más metacinematográfica que las fuentes de las cuáles bebe. Cada historia homenajea un elemento propio del género, aunque sólo la tercera es propiamente un giallo. Arranca con lo que parece un tributo a giallos de tinte sobrenatural como los de la famosa trilogía de las madres de Argento, continúa con una suite alejada de lo terrorífico que sin embargo es la pieza de mayor calidad de toda la cinta y que es un guiño, o así me lo parece a mí, a esa fotografía omnisciente e hipersexualizada que convierte en giallo el slasher; y acaba con un microgiallo de corte clásico en el que la perversión da una vuelta más de tuerca y a la parafilia del asesino se opone la de la protagonista, que parece estar pidiendo a gritos, o a gemidos más bien, que acaben con ella.  Quizá Amer no es la película más adecuada para introducirse en el género, pero para el fanático que rastrea a la caza de un formato que cada vez se deja ver menos y con peores resultados supone un regalo.

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