
Este verano me enteré de que lo que conocemos por Internet, oséase, la Internet directamente accesible a través de buscadores habituales como Google, es sólo la punta del iceberg de un espacio gigantesco y salvaje conocido como Internet Profunda en el que, si se tiene la pericia suficiente, es posible una navegación de aventura.
Como
leí en no recuerdo dónde, "la Deep Web ofrece un consuelo
simbólico y psicológico al usuario". A mí, que como ya he
dicho supe de su existencia en verano y que estaba, por aquel
entonces, necesitada de consuelo, desde luego me pareció que lo
ofrecía. De entrada el curioso que se aventura en la Deep Web vía
TOR (siglas de The Onion Router, un buscador que hasta cierto punto
permite el anonimato en la red), tiene la sensación de adentrarse en
un terreno misterioso y parecido al que los primeros usuarios de
Internet debieron de tener la sensación de acceder. Los tiempos de
búsqueda más lentos, la interfaz rudimentaria y la necesidad de
escribir la dirección completa de las páginas web (las cuáles
además de mudarse cada dos por tres de ubicación no tienen nombres
intuitivos como en Google, sino que se llaman por secuencias
aleatorias de caracteres), remiten al niño oculto en nuestro adulto
exterior a películas como Terminator, Juegos de guerra o Robocop.
Todo es más oscuro y recuerda a como era la Red en sus inicios, y el
diseño minimalista de las páginas se parece poco al entorno de
ventanas e imágenes flash que estamos acostumbrados a manejar. Es
inevitable pensar en hackers conocedores de Linux y en información
gubernamental secreta a la deriva en ese espacio virtual pero también
simbólico que es la Red, al sumergir el hocico en esta cara oculta
de la luna internauta que por si fuera poco está plagado, como
cualquier espacio inexplorado lo está, de leyendas urbanas con las
que jugar un rato a creer que todavía creemos. A mí, como ya he
dicho, me resultó la mar de consolador.
Además
de un espacio simbólica y psicológicamente acogedor, la Deep Web
ofrece la posibilidad, acaso la ilusión de la posibilidad, de
navegar sin ataduras. Como si se tratara de un país imaginario o
arquetípico cuenta hasta con su propia moneda virtual, el bitcoin,
que a veces se asoma al mundo real cual amish que hubiera alcanzado
la mayoría de edad participando de la bolsa, y cosas así. Como casi
todo en lo que nos va la vida en esta vida, esto tiene sus ventajas y
sus inconvenientes. No hay publicidad, ni control ni censura, lo cual
está muy bien siempre que no seamos de los que se escandalizan
fácilmente. Si el foro 4chan es famoso por no andarse con remilgos
con respecto a lo que permite a sus usuarios publicar, el que sería
el equivalente de la Deep (y que en su versión en castellano se
llama cebollachan) llega al punto de tolerar apologías de cosas que
son delito. Un espacio en el que, sin necesidad de buscar demasiado,
se encuentran páginas de pornografía infantil, de venta de armas,
drogas y material robado, de anuncios por palabras de sicarios y
demás sujetos que ofrecen servicios inverosímiles o por completo
ilegales, por necesidad tiene que estar patrullado además de por
curiosos por gentuza y por las fuerzas del orden. Aun así, como
decía, son más las ganas de creer en que todavía existe algo no
regulado por la ley (el equivalente actual y cyberpunk de aquellas
tierras inexploradas de la era presatélite que hacían a los hombres
embarcarse en viajes de descubrimiento) que lo que de interesante
pueda encontrarse, durante un garbeo superficial, en esta parte
sumergida de la Red de Redes. Si no se anda uno con ojo y se abstiene
de meter la nariz donde no debe puede acabar pescando un resfriado, o
algo peor. O eso es lo que nos gusta pensar para que el concepto de
Deep Web siga resultándonos atractivo, ¿no? Dónde acaba la leyenda
urbana y comienza la peligrosidad real no es fácil decirlo, pero es
poco probable que la policía vaya a arrestarnos por entrar una vez,
por casualidad o a sabiendas de lo que vamos a encontrar, en una
página de contenido dudoso. El moverse por un espacio virtual (esto
es, lo suficientemente alejado de lo tangible como para que nuestro
sentimiento de seguridad no se vea amenazado) en el que no existe
control sobre lo que se publica (o al menos no más control que el
que el temor de cada cuál, principalmente al arresto o a ser víctima
de un hackeo fatal, le haga autoimponerse) ha por fuerza de despertar
al sabueso oculto en todos. ¿Y si contra todo pronóstico fuéramos
al final los primeros en descubrir algo de interés? ¿Qué persona,
no digamos ya qué hacker, no ha soñado alguna vez con ser detective
y revelar lo que está oculto?
A
la Deep Web la mayoría llegan porque la han oído nombrar en algún
vídeo de DrossRotzank, un usuario de Youtube conocido por elaborar
microdocumentales y rankings perturbadores sobre temas en esencia
oscuros y cuyo discurso, si se tiene paciencia para bucear en las
decenas de vídeos de opinión que ha ido subiendo a su canal, tiene
más miga de lo que en principio pudiera parecer. Otros entran
buscando, no tanto por psicopatía como por curiosidad morbosa y algo
descerebrada, la secuencia snuff de la que hablaba alguna creepypasta
que se han tragado más por la necesidad de creer en algo que por
idiotez pura y dura, y hacen búsquedas repetidas de memes del
calibre de Daisy' s destruction, Dafu Love o Burger Baby sin
encontrar nada más que burlas y enlaces falsos que usuarios más
veteranos que ellos ponen allí para ridiculizarles. Podría decirse
que todo el que entra en un primer momento en la Deep, no bien se ha
enterado del secreto a voces que es su existencia, lo hace con la
idea de comprobar por sí mismo si es verdad que por allí pululan
cosas que en la Red de arriba no se encuentran. Lo que en realidad se
encuentran en la Deep Web son páginas que los buscadores normales no
indexan. Desde sitios privados de universidades, bases de datos y
listas de clientes de empresas hasta webs de hackeo y bibliotecas
virtuales desde las que pueden descargarse manuales y libros
difíciles de encontrar. En definitiva, pocas cosas que si se sabe
buscar no puedan conseguirse en la Internet de siempre y algunas cuya
utilidad pocos sabrían aprovechar por desconocimiento.
Las
páginas de la Deep Web, cuyo logotipo es una cebolla, pertenecen al
dominio .onion.
La palabra onion, cebolla en inglés, alude a la disposición en
capas de los proxys cifrados que TOR utiliza para asegurar el
anonimato. La Deep Web es una cebolla dispuesta en capas en la que la
información puede encontrarse pero también no encontrarse en
absoluto. Por si fuera poco TOR es un navegador lento que nada tiene
que ver con ese eficiente robot araña de Google capaz de adelantarse
al pensamiento del usuario, que ya no tiene ni que esforzarse en
escribir para encontrar de inmediato lo que buscaba y también lo que
no. Aunque no creo que sea imposible toparse con algo de interés en
la Internet profunda, está claro que la mayoría de las cosas que el
curioso medio busca no es que no se encuentren con facilidad sino que
ni siquiera existen. Con
respecto a esa leyenda urbana de peso específico en Internet que es
el snuff (películas en las que se filman asesinatos reales para su
explotación comercial sumergida), no me atrevería a decir que jamás
se haya filmado una snuff ni que no exista la posibilidad de
encontrar en la Internet superficial o profunda al menos un vídeo de
esa naturaleza. Lo que digo es que ciertos vídeos snuff a los que se
alude en multitud de páginas y foros, cuyo contenido parece haberse
filtrado en forma de narración escrita de lo que muestran pero de
cuya existencia nunca hay pruebas porque nadie, jamás, los ha visto
de primera mano, son pura invención. Sin entrar en detalles sobre lo
que se afirma que contienen, sólo decir que se trata de un catálogo
de aberraciones tan grotescas que resulta difícil creer que existan
en cifra tal, y no tanto por fe en la bondad del Hombre como por lo
desagradable que hasta para un psicópata de los peores sería tener
que ejecutarlas. La supuesta organización criminal que se oculta
tras las sigas NLF (No Limits Fun), responsable en teoría de al
menos un vídeo snuff que por un buen puñado de bitcoins se rumorea
que está disponible en la Deep, no es en mi opinión más que un
cuento. Y la palabra cuento no es banal. Cualquiera diría que existe
alguna suerte de folklore, de tradición oral sumergida de lo
horrible, capaz de consolidar a la larga arquetipos como el de NLF.
Esta siniestra organización parece más un producto del inconsciente
colectivo que una realidad tangible, y recuerda, por lo artificioso
de su malignidad, a aquellos bailes de máscaras de Eyes Wide Shut.
Al igual que los cuentos maravillosos, que hasta que acaban bien
transitan por horrores atroces que sin embargo comprendemos a la
perfección (brujas caníbales, padres incestuosos, maridos que te
cortan la cabeza), las leyendas urbanas hoy en boga son de gestación
colectiva y están conformadas por cosas que nos dan miedo a todos. A
todos los que crecimos a la vera de esta cultura y no de otra, digo,
aunque quién sabe si el temor a ser destripado en un búnker para
solaz de los ricos más degenerados no se ha hecho, con el paso del
tiempo, tan arquetípico como una madrastra o como la necesidad de
superar siempre tres pruebas.
Las
leyendas urbanas han proliferado, como no podía ser de otra manera,
en un espacio como el de Internet en el que cada cuál es más o
menos libre de escribir lo que le plazca. Un usuario afirma haberse
topado con información o imágenes escalofriantes y, según la
habilidad que tenga para contarlo, puede llegar a ser creído a
medias por un número nada desdeñable de individuos que en el fondo
están deseosos de que les convenzan de lo que sea. La fe en lo
oculto (en el sentido de esotérico o de escondido sin más) y en la
existencia de conspiraciones es una forma como cualquier otra de
evadir el aburrimiento. En Internet las leyendas urbanas han mutado
en creepypastas, algunas de las cuáles versan sobre la Deep Web y
sobre los peligros que en ella acechan al usuario incauto o demasiado
curioso. Una creepypasta es un relato anónimo, de contenido
inquietante o terrorífico y sin valor literario alguno que ciertos
usuarios copian y pegan en foros temáticos con ánimo de incomodar.
Narrados en primera o tercera persona del singular, combinan
acontecimientos reales con dramatizaciones por completo inventadas
para crear la ilusión de que lo que cuentan le ha pasado hace poco a
alguien. Son leyenda urbana hecha literatura pulp. Entre las
creepypastas más comunes está la del curioso que se topa por
casualidad con un vídeo snuff en alguna web que o ya no existe o en
la cuál es ya imposible encontrar el archivo en cuestión.
Cualquiera que dé algo de crédito a este tipo de relatos acabará,
con toda probabilidad, llamando a las puertas de la Deep. Otro de estos fenómenos de
Internet que son, además de creepypasta,
obras de arte transmedial, es la página web Normal porn for normal people (http://normalpornfornormalpeople.com/). Se describe como dedicada a la erradicación de
la sexualidad anormal, o algo parecido, y su contenido consiste en una serie de
perturbadores vídeos en blanco y negro grabados, es de suponer, por la persona
responsable de la página. Si bien los vídeos no contienen nada censurable en sí
mismo (desde luego, y con la excepción de uno en el que un gordo lame un
lavaplatos que pudiera tacharse de difusamente
parafílico, no son pornográficos en absoluto) consiguen de algún modo
sugerir que son fragmentos de algo de mayor duración. Imágenes fijas de
personas enmascaradas o mirando a la pared, voces de niños que jamás llegan a
salir en pantalla, paseos cámara en mano por pasillos oscuros y escaleras hacia
abajo que recuerdan a los del canal Jack
Torrance. Nada censurable ni demasiado espantoso, pero sí inquietante y a
ratos hasta amenazador. La cosa no tendría mayor importancia (al fin y al cabo
cualquier artista conceptual de nuevo cuño tiene derecho a colgar lo que le
salga de las gónadas en Internet) si no fuera por un posteo en referencia a la
página que publicó el usuario de un foro. En él afirmaba que una noche que
curioseaba por la web de marras se había topado con algunos clips insólitos. En
uno de ellos un hombre obeso, reflejado en un espejo fuera de cámara,
supuestamente se masturbaba; en otro un perro parecía sufrir en el suelo los
síntomas de una intoxicación. En el que revolucionó la caja de comentarios del
post una mujer atada a una cama era despedazada por un chimpancé. Por supuesto,
cuando multitud de usuarios acudieron a la página en estampida para buscar los
vídeos de los que esa persona hablaba no encontraron nada reseñable. Sólo las
mismas grabaciones caseras e inquietantes de siempre. Fue la verosimilitud que
logró el post de esta persona, gracias a que intercaló descripciones de vídeos
que existían en la página con las de otros que no, lo que convierte esta
anécdota en especial incluso desde un punto de vista sociológico. Al parecer la
policía ha cerrado ya la web un par de veces, aunque ésta siempre acaba
reabriendo. El revuelo ha sido grande hasta el punto de haber generado una
investigación. Es probable que el autor del post sea el propio creador del
dominio, que no sé si con la intención de conseguir publicidad o si porque, en
realidad, la obra de arte no era tanto el contenido de la página web como el
revuelo que la creepypasta asociada a
ella iba a causar, la abrió con ánimo de dar apoyo a una trola de su invención
Naufragando
por la Deep Web me he encontrado con usuarios que preguntaban por el
vídeo snuff del chimpancé, bautizado como "useless" por
la persona que inició la polémica. Esto es a lo que me refiero con
lo de que en la Deep impera un caos de leyenda y desinformación en
el que es complicado, cuando no imposible, discriminar entre realidad
y fantasía. Por debajo de la Deep, en lo que es ya un fondo abisal
en toda regla, se extienden las Islas Marianas de la Red (bautizadas
así en honor no tanto de la virgen como de la fosa). En ellas se
supone que se ubican redes gubernamentales de acceso restringido y
espacios a los que se entra por estricta invitación. El acceso
ilegal a cualquiera de sus contenidos podría enviar a una persona a
la cárcel, o algo peor. Puede que esto suene mitológico y a leyenda
de las de manual, pero resulta bastante verosímil en comparación
con el siguiente nivel de profundidad que se le supone a Internet:
Zion. De este espacio legendario se dice que, quien llega a él,
tiene la oportunidad de apagar la Red Global. No sé si el apagado
consiste en pulsar un botón de un color determinado o si para
culminarlo hay que lanzar contra el sistema alguna suerte de troyano
mesiánico, pero que Zion exista (siquiera como meme) en el
imaginario de nuestra época da que pensar bastante. Entronca con la
atracción por lo apocalíptico y con la moda de concebir la realidad
como algo en esencia relativo. Ya se insinuaba en aquel anime extraño
que en su día se comparó con Twin Peaks titulado Serial Experiments
Lain: si existe un Dios está en la Red. Sí, si existe está en la
Red y casi seguro que vive sumergido, como Antiguo que es, más abajo
de las Marianas.
Leyendas
urbanas aparte, el que exista un espacio sin censura en el que en
teoría es posible una comunicación más libre no debería ser
tomado a guasa ni olvidado sin más. La Deep Web ya tuvo su papel
durante la Primavera Árabe, posibilitando a la gente comunicarse y
organizarse contra un poder opresor que vigilaba la superficie de
Internet como si fuera una calle más del país. No todo en la Deep
Web es Dark Web, a pesar de que ésta ocupe un porcentaje notable de
su extensión total, y por tanto pueden buscársele usos si no menos
subversivos sí más nobles desde un punto de vista ético. En un
presente en el que el Gran Hermano campa a sus anchas disfrazado de
lo que no es (la aparente libertad que tenemos para decir lo que
queremos decir es una falacia, con ese concepto desviado del
respeto que nos obliga a guardar las formas ante posturas claramente
impresentables y peligrosas, y una libertad de expresión mal
entendida que hace que la gente se ponga a opinar sobre lo que sea,
de cualquier manera, sólo porque es su derecho y los derechos han de
ejercerse aunque sea en vano), la Deep Web podría acogernos cuando
aquello que tengamos que exponer no sea de la incumbencia de Google
ni de los gobiernos a los que vende información. Quién sabe. No es
descabellado suponer que cualquier revolución que hoy por hoy se dé
empezará en Internet. Y que cuando eso ocurra la Deep Web puede ser
algo más que un espacio consolador y simbólico, en el sentido de
que da margen y ofrece anonimato a cualquiera decidido a conspirar.
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