miércoles, 12 de enero de 2011

ThE hErMiT



Fragmento extraído de mi diario (19- XI- 2010):

"Estoy en La tabacalera, en plan reunión clandestina de intelectuales comprometidos con la causa, hablando con Krinos, Sheila, Alfredo y compañía sobre la posibilidad de editar un periódico gratuito y de carácter monográfico, en que cada cual dejara su impresión (literaria, gráfica, crítica o del género que se le antojara) sobre un tema propuesto con anterioridad.
El tema del que versaría el primer número es el siguiente: cuáles creemos que son las causas de que desde hace un tiempo a todo Cristo, de manera más o menos consciente, le embargue la apetecencia de que estalle alguna especie de hecatombe que envíe a tomar por culo al mundo tal cual lo conocemos."

Aunque me había comprometido a escribir un texto relacionado con el afán de heroísmo, que es a mi modo de ver la razón más importante de que de forma constante nos imaginemos protagonizando situaciones límite, lo cierto es que ni siquiera lo he empezado y que, puestos a ser sinceros, el proyecto del periódico no acaba de conquistarme del todo. ¿La razón? No sé, quizá sea que en las susodichas reuniones me aburro como una ostra, y que no se dice nada en ellas que alcance a enamorarme el ápice necesario como para que me comprometa siquiera a acudir. Me parece todo un poco amanerado, y las conversaciones se me antojan cargadas de afectación teatral. No es que el teatro, ni siquiera aquel que se da en la vida cotidiana y que ante la opinión de ciertas mentes de transigencia moralista pudiera pasar por hipocresía o disimulo, me parezca algo innoble. Es sólo que ya lo he practicado muchas veces y que ahora mismo, en mis condiciones y estética presentes, no ofrece a mis pupilas el más mínimo interés. Ya me pasó algo parecido cuando, a los ocho años, me obsessioné con la idea de convertirme en sirena tras el visionado de la mítica película de Disney. La vida en la tierra se me antojaba asaz tediosa, y sólo quería que me creciera una cola de pez con la que recorrer, a velocidad vertiginosa, los misteriosos fondos abisales. Eso sí me parecía una idea atractiva, y no la de jugar a la canción protesta conspiranoica haciendo como, si de repente, las cosas nos importaran un carajo. ¿A mí me importan? Francamente, no lo creo. Al menos no lo suficiente como para no tomarme a guasa cada afirmación que a lo largo de esas veladas emerge de nuestras bocas en arrebatos de ingenio que más parecen brotes psicóticos en masa que derroteros de una conversación despierta. Otra cosa que me hace gracia es el modo en que, cuando discutimos los temas a tratar en el periódico, renunciamos al empleo despiadado del cinismo. No es que éste desaparezca por completo de nuestras formulaciones, pues al fin y al cabo son ya muchos años de deformación profesional como para que de repente y de un día para otro se esfume de nuestro discurso sin dejar ni rastro, pero ya parece más una cuestión de forma que de fondo, una manera más graciosa y culterana de plantear las cosas desde la superioridad que supone el estar de vuelta de todo, que una perspectiva melancólica y algo nihilista de enfrentar los enigmas de la existencia cotidiana. Como si de una forma sibilina y bienpensante, el ser cínico de corazón estuviera de repente mal visto. Nuestros proyectos centrados en la conquista de la tierra han fracasado. No somos los más creativos, no somos los más críticos, no somos los más la hostia. Y entonces, ¿qué nos queda? El compromiso, el retorno tardío a la comunión global, la aspiración a sentirnos apegados, en nuestras convicciones y estilo de vida, al devenir de nuestro inmediato entorno. No es que crea que esta vuelta de tuerca es perniciosa, pero a mi me pilla en un momento en el que lo que más desseo es huir de la civilización, no comprometerme con ella. Si ahora mismo pudiera mudarme a una cabaña en un bosque tupido, o a una casa frente a un lago en Canadá desde la que pudiera dar forma a mis creaciones artísticas mientras disfruto de buena y bohemia compañía, tened por seguro que lo haría. No cambiaría mis aspiraciones rurales ni por las aventuras necronomicómicas de Julian Assange y eso, tratándose de mí, es mucho decir, pues en el fondo no me hubiera importado ser una espía o alguna otra clase de elemento avispado y perturbador del orden. Pero ahora es tiempo de retirarse a la paz de los santuarios faúnicos, y de quitarse de encima la ponzoña acumulada en vida. Quizá dentro de unos meses me apetezca algo de naturaleza por completo opuesta, pero ahora está claro que no estoy de humor para divertimentos filantrópicos. Otra cosa es que una vez retirada y a salvo de la civilización, me de por ponerme a coleccionar sellos.

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