
Mi anterior jefa no era regordeta, sino una mole compacta de poco menos de cien kilos que, aun siendo encargada de tienda y permitiéndose el lujo de criticar la vestimenta de los pobres comerciales a su cargo, aparecía por los pasillos bramando órdenes con el pelo recogido en dos coletas de colegiala y amparada tras la protección de unas gafas de sol de cristales morados y montura fucsia. Cuando bajaba las escaleras mecánicas, lo hacía en dirección contraria (según ella, porque le quedaban más cerca las ascendentes; según yo, porque obtenía algún tipo de beneficio relacionado con la autoestima demostrando una agilidad del todo inesperada en las proporciones de un cuerpo como el suyo). Teniendo en cuenta que se dedicaba a atender reclamaciones, no quiero ni pensar en el efecto que podían causar sobre los pobres reclamantes sus estrepitosas zancadas de Yeti precipitándose desde las alturas. Al contrario que Laura, mi jefa actual, Arantxa (con "x") sí que albergaba pretensiones sexuales. Y las demostraba, como no podía ser de otra manera, odiando a los ejemplares más agraciados de su sexo y ensalzando a los más atractivos del opuesto con una falta de pudor del todo rayana en el absurdo. A mí, en concreto, no me tragaba ni mucho ni poco, y tantas fueron las trifulcas que tuvimos que entre pitos propios y flautas ajenas a la pobre mujer no le quedó más remedio que solicitar una baja por depresión. Era, también, neurótica a su modo, y la contradicción insoportable de no ser soportada más que por aquellos de los cuales dependía su sueldo (un viejo encumbrado a la categoría de coordinador y una horda de responsables que no la tenían en cuenta más que en festivos y en fiestas de guardar), quebró su lucidez del mismo modo repentino e injusto en que quiebra un terremoto la confianza de los aldeanos en la tierra que pisan.
Mi carácter me impediría ejercer el mandato intermedio; esto es, situarme en la zona meridiana de la jerarquía, porque descomprometida como soy en todo cuanto a temas laborales se refiere, la empresa u organización tendría que ser mía para importarme hasta el punto de ponerme a dar órdenes a alguien. Mandar sólo puede gustarle realmente a un mandamás, o a una persona con la autoestima tan jodida (una gorda, un bajito, un cabezón) que el hecho de manipular durante las ocho horas que como media dura una jornada laboral las acciones realizadas por un grupúsculo humano a su servicio, constituyera en sí mismo un motivo de felicidad. Como ya he dicho, no es el caso.
4 comentarios:
Pienso que las órdenes las darías con los ojos, pero, efectivamente, eres muy guapa para ser jefa ;)
Nunca se es demasiado guapo para nada, rubia ;)
En cuanto a lo del mandato, la verdad es que no me interesa. Como inmadura hecha y derecha que soy, cuantas menos responsabilidades mejor.
Vuelvo a ti primita, despues de quedar demasiado extasiado como para escribir algo coherente sobre tus dos ultimas entradas. Me alegro que volvieras por tus fueros (como odio esa expresion, pero la voy a usar xD)gracias a la adquisicion de ese nuevo miniportatil que ha vuelto a permitirte indagar en tus esencias.
Respecto a la entrada que nos ocupa, coincido con rocio, eres demasiado brillante en todos los aspectos como para ser jefa. La incapacidad para ejercer responsabilidades que alegas no seria impedimento. No creo que ninguna de tus dos jefas retartadas tuviera mayores capacidades para dirigir el trabajo ajeno.
Un besito.
Gracias, primito, por mirarme con tan buenos ojos...
En tu próxima visita a la capital nos debemos una borrachera, que no se te vaya a olvidar.
Un besso,
4ETNIS
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