viernes, 21 de enero de 2011

La NeNa Se PoNe FLamEnCa (yo soy más curiosa que vosotros, sé más de fútbol que vosotros y aguanto más bebiendo que vosotros)


Me percibo un tanto subversiva en lo que escribo últimamente. Comprometida, no sé si a mi pesar, con una especie de deber consistente en expresar mi disgusto y naúsea infinitos ante lo que ya no sé si es la masa o la sustancia misma de mi ser. Despreciar aquello en que uno vive inmerso implica una clase muy especial de desprecio por la propia valía, pues por mucha lucidez y empeño que se ponga al servicio de la duda, resulta complicado evadir las consecuencias de permanecer sumergido en la inmundicia. Cada mañana, al contemplar ante el espejo mi rostro desnudo y libre de embellecedores, me entretengo siempre un rato en buscar signos, quizá imperceptibles, de la degeneración progresiva que sin duda ha de estar afectándome. Y no sólo aquella propia de la madurez inevitable y de los cotidianos excesos, sino esa otra cuya insidia aparece condicionada a nuestro abandono progresivo de la rectitud moral. Y no hablo de una moralidad dogmática y flagelante, ni de una rectitud emparentada con las disciplinas católicas, sino de esa integridad que nos arrebata al sabernos convencidos de algo y que, aunque quizá errada en algunas de sus formulaciones puede, si la cultivamos con el mimo que la cosa requiere, algún día revelarnos el sentido de nuestra estancia en la tierra. Pero yo soy la primera que no muevo un dedo en la dirección de mis desseos, que escribo, en lugar de la novela que tanto bien me haría, pataletas y diatribas de incierto destino y segura inutilidad, pretendiendo encaramarme a la poesía cual polizón inseguro de sus derechos que en lugar de al abordaje se conformara con una triste rapiña, y recayendo una vez, y otra, en ese tono ensayístico y castrador de ficciones que tanto detesto y me hace claudicar. Quizá estoy retrasando el momento de ponerme a ello a sabiendas de que, si consigo trabajar en algo sin que me de un síncope de spleen, de aquí a tres meses podría estar en el campo, a salvo de la contaminación que me obsessiona y con todo el tiempo del mundo para hacer de amanuense de mis propias ideaciones. Por supuesto, trabajar implica no dilapidar la totalidad de lo ganado en evasiones perecederas del entorno asqueroso con que la vida laboral me pondrá de nuevo en contacto, y mantenerme ilusionada lo suficiente como para que cuando haya finiquitado el engorro de los pasos intermedios todavía me apetezca hacer lo que me proponía. Parece fácil, pero lo cierto es que es una putada.

Estoy en mi segunda casa, tomándome un Nesquick tibio y con dolor de chaveta. Chaveta. Me gusta esa palabra. Lo que cada vez me gusta menos es el vino, ese infame espirituoso obnuvilador de la cordura que convierte los despertares en epopeyas trágicas. Ya no sé qué tomar, la verdad, pues la Absenta, cuyos efectos me agradan más que los de cualquier otro bebedizo, possee un sabor de varios miles de demonios y una graduación tan elevada, que al cuarto de hora de haber ingerido el segundo o tercer chupito estoy ya como las mismas cabras. De qué soy capaz en esos ratos de psicosis sólo lo sabe el que a bien haya tenido acompañarme, pues lo cierto es que a la mañana siguiente lo que recuerdo no alcanzaría ni para escribir un nanocuento absurdo. A lo mejor es que mi etapa alcohólica está llegando a su fin, quién sabe. Pero se supone que soy un escritor, ¿no?, y nadie ignora en el fondo que lo que le hace a uno escritor no es tanto el escribir como el mezclar alcohol y ansiolíticos en nocturas y alevosas orgías en las que, de más está decirlo, no se estila demasiado el ponerse a componer versos. Y lo que después se escribe, en fin, para qué molestarme en explicar lo que cualquiera puede comprobar leyendo el presente enrevesamiento de sílabas que, de carácter en exclusiva lúdico, no tiene más objeto que el de hacerme pasar el rato hasta que el hambre, el sueño o la necesidad de aparearme hagan que me levante a buscar suministros. No hacer nada es un engorro, o al menos así me lo parece a mí. Y aunque escribir es un medio harto indirecto de ponerse manos a la obra, ya es más que el permanecer sentado, callado y zombificado a la espera de que pase alguna mosca apetecible a la que echarle el guante, o la lengua.

Odio tanto la televisión que si no supiera que, en el fondo, lo que haría es darles más publicidad, volaría por los aires los estudios de cada cadena. Si pongamos por caso, un extraterrestre bajara a la tierra y, con la abstrusa finalidad de conocer mejor a los humanos, decidiera visionar uno de esos programas de tertulias que infestan la mañana y la sobremesa catódicas, ¿qué conclusiones sacaría? Aunque el que hubiera decidido aumentar su conocimiento sobre nuestra especie visionando un programa de tertulias tampoco indicaría gran cosa sobre el tamaño y las aptitudes de su encéfalo, es de esperar que fueran demoledoras. Quizá, hasta el punto de hacerle considerar la posibilidad de hacernos la guerra. Motivos más leves se han conocido para iniciar un Armagedón, y si no, piénsese en el diluvio que Enlil envió a la tierra con el fin de eliminar a una humanidad que, en sus propias palabras, resultaba "molesta y ruidosa". Yo, no sé si por mi inocencia o por la suerte que he tenido con el tema de los amigos, pensaba que estas cosas no las veía nadie. Pero sí que se ven, sí que se siguen, sí que se les presta atención. Se presta atención a circos de variedades baratos en los cuales se discuten, en un intercambio de vaciedades con regusto a refranero pupular, temas que no interesan ni a los propios protagonistas. Hora tras hora, mes tras mes, año tras año. Y aunque uno trate de mantenerse al margen, y de hacer su vida con independencia de toda esa cretina caterva de catetos, lo cierto es que es complicado - pronúnciense todas esas ces como si se estuviera escupiendo, o agonizando- eludir su intromisión en nuestro devenir cotidiano. Uno se arriesga a que la persona encargada de contratarle o de valorar su talento, sea en realidad un abducido consumidor de basura. Probablemente, muchos de los que leyendo esto os sonreís, creyéndoos libres de pecado y estableciendo conmigo una complicidad, también lo seáis a vuestro modo. Quizá no de la más grotesca y evidente, de esa que de exagerada acaba rozando la parodia, pero sí de otras formas más sutiles, pulidas y ornamentadas que, a pesar de su atractivo envoltorio, igualmente os transforman en sabandijas. Y a mí, por prestaros atención...

3 comentarios:

Lust dijo...

Es que las sabandijas también tienen su puntillo, las muy pu... ériles.
El nuevo título de tu blog es increíble.

El Cable Azul dijo...

Buscaba en google citas de Transmetropolitan y llegué aquí; estoy, de golpe, un poco enamorado y bastante acojonado, pero sobre todo lo segundo.

Leerte sabe a ex novia. Y de las que duelen.

No sé que has hecho desde Enero pero ¡Vuelve ahora mismo aquí a que te lea!

Anónimo dijo...

Dónde andas, bestia... Tienes una misión que se avecina.Retorna, reconsidera tu frente pura.
La sabandija.