domingo, 10 de agosto de 2008

Carta de Lula al enfant terrible

Bebo café, café para arrancarme la resaca y las melancolías que ésta trae aparejadas; café para evocar el instante en que tan ilícita y deliciosamente nos conocimos, conmigo pateando las calles enamorada de otro que no eras tú y contigo apareciéndote en mi camino más hermoso que un ángel e infinitamente más irresistible que cualquiera; café para escribir desde el arrebato lo primero que se me ocurra, sin que la censura de la autoexigencia castre de raíz mi afán por manifestarme; café para no tener hambre, para olvidarme de las tardes fracasadas y de los planes de intensidad que jamás llegan a concretarse en algo meritorio y digno de ser recordado; café a falta de otra cosa, ansiedad inducida y floreciente, milagro de explosiones que se suceden como en paroxismos alternando necesidades y satisfacciones que ora te incluyen, ora te excluyen por completo.
Ser valiente, ser fuerte, ser interesante, permanecer hermosa. ¿Y mi incapacidad para romper monotonías? ¿Y la tuya para sentirte espontáneamente a gusto? ¿Cuál es nuestra verdad, amor? ¿Hacia qué tendemos y para qué? Tanta potencia, tanto atractivo, tanto carisma y tan pocos y tan vanos objetivos. ¿De qué nos sirve todo este realismo de fantasías y entretenidas banalidades, toda esta tensión y este subirse por las paredes constante?
Siempre sucede todo en el plano del más allá, en la desintensidad del largo plazo, en la irrealidad mitificada de un futuro de estrellato que nunca resulta lo suficientemente magnético como para hacer que nos pongamos en marcha.
¡Viajar! ¡Soñar! Romper con la inercia vulgarizante que llevamos prendida a los talones y aniquilar a pisotones las fronteras de este entorno nuestro nulo y absorbente en demasía. Asesinar las esperanzas de los nos quieren por consanguinidad y no nos merecen por ni siquiera merecerse a ellos mismos.
Al nacer nos fue entregado un cuerpo privilegiado y es así como le sacamos provecho: colgándonos de un sentimiento de extrañeza postizo que nos amarra a ese buque en perpetuo hundimiento que es la decadencia, riéndonos de la risa en lo que no es más que una variante masoca del sentido del humor. Parecemos estar condenados a un constante no sentirnos bien, a una eterna amenaza de aburrimiento, a una hiperconsciencia de absurdo paralizante y demoníaca.
Sí, mi amor; Rimbaud era del todo anacrónico. Me lo imagino vestido con harapos, saltando por el monte, comiendo ratas en un arrebato de primitivismo, grabando el nombre de Verlaine con una navaja en la madera llena de grasa de una mesa rectangular de taberna, proclamando un imperio de carcajadas o haciéndose el mártir según la moda poética de la semana. ¿Y nosotros? ¿Somos también anacrónicos o por contra hijos profundos de nuestro tiempo? ¿Nos movemos en pos de la modernidad o es la modernidad la que se lo pasa en grande pateándonos el hipersensible culito de poetas en racha de osadía?
¡Eres Absurda!- me dijiste ayer. ¡Cuánta razón tienes! ¡Qué clarividencia la tuya! Del Absurdo es precisamente de lo que no me libro ni en sueños, cuando los tengo; del Absurdo, del Patetismo y de la Mecánica de Compulsión a no hacer nada que me beneficie. ¡Absurdo! ¡Terrible maldición para la embriaguez de los sentidos! ¿Quién, de todos los que por desgracia hemos descubierto la realidad de ese sinsentido, conserva intacta la fascinación descabellada por lo que ha de venir, la capacidad preciosa para anonadarse de veras, el alcoholismo infantil de las emociones de infarto?
Hoy tengo miedo a perderte y a perderme, a que las verdades como templos disfrazadas de relativo me conviertan en un ente demasiado lúcido, o muy poco, para amar desde la tontería vivificante del adolescente. Tengo miedo a llamarte y que estés enfadado, o a llamarte y que estés en un estado del todo incompatible con el mío, o a llamarte y sorprenderte aburrido y sin desseo alguno de pasear en mi compañía. Miedo, miedo, miedo, miedo, miedo, miedo… Strungle, fungle, gungle. Juajajajajajaja. Santo Cristo Bendito, ¿pero qué coño me pasa?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta esa visceralidad al escribir, es fascinante, no dejes de hacerlo. me entusiasma leer tus escritos, con arrebato, cabreo, impulsividad desesperante y el embrujo de sus palabras