domingo, 10 de agosto de 2008

Disección del enfant terrible a propósito de Gin- Gin



He estado leyendo tus mails a Kill Karma. ¡Qué niño éste!, me he dicho. Eres una mezcla explosiva de adorabilidad y mala educación que, las más de las veces, resulta ardua de digerir. Dices que yo te aguanto porque soy fuerte y porque te amo, pero yo te digo que más que por fortaleza o por amor, soporto tus desplantes y tus constantes dártelas de Dios porque te conozco. Porque te conozco de verdad y me gusta lo que representas en conjunto.
Ayer me dijiste que antes de conocerme a mí e incluso antes de conocer a Rocío lo que buscabas era una novia yonqui, una niña pija excesiva y sin nada que perder que te acompañara en tus aventuras de fuego y decadencia; una compañera sexual y espiritual que entendiera sin palabras, a través de una especie de intuición compartida, la razón auténtica de tu actitud en apariencia desquiciada y el amor inmenso a la vida que se oculta tras todo ese odio carismáticamente útil que enarbolas para protegerte de tu propia hipersensibilidad ante las cosas. Heme aquí, pues. A tu lado para satisfacer tu necesidad de absolutos, a tu lado para acompañar tu espíritu hasta la mismísima tumba; para inmolarme, si es preciso, en pro de esta conjunción equívoca que ya supera nuestras individualidades respectivas y que nos pertenece del mismo modo en que las obras de arte pertenecen a los artistas que las han creado.
He leído también cierta respuesta que le pusiste en su blog a mi queridísimo Gin- Gin, atacando no ya su literatura (pues no es tu estilo), sino su vida y las condiciones de su presente. Después de que él te contestara lo que ya sabías, lo que ya comprendías, te disculpaste (lo que por otra parte siempre haces). La verdad es que en tu respuesta no había a simple vista nada verdaderamente ofensivo. A Hank, que al igual que yo torea tus desplantes más porque te comprende que porque te ame, la supuesta ofensa de tus palabras debió de enternecerle. Y no creo que fuera la condescendencia lo que provocó dicho enternecimiento, sino el reconocimiento en ti de ciertas actitudes tipo que, por alguna razón, comprendemos tanto él como yo. Porque te conoce verdaderamente a pesar de la distancia y de no haberte visto en su vida, puede sentir algo parecido a lo que siento yo cuando me hablas así. La primera reacción es intentar eliminarte, por gilipollas, pero la segunda es necesitar abrazarte, o follarte, para ofrecerte consuelo y recibirlo en tus brazos. Hay en ti, en nosotros, una necesidad tan grande de amar… Provocamos para llamar la atención, para demostrar nuestra lucidez, para poner a los demás contra las cuerdas y ganarnos su respeto, pero, ¿qué se esconde tras todo esto? Una necesidad hipertrofiada de ser amados, deseados y necesitados; una necesidad de certezas, de gestos de amor, por completo imposible de satisfacer humanamente. Por eso cuando aquellos a los que vanamente hemos tratado de ofender nos responden con comprensión, que junto con el desseo es para nosotros la manifestación más poderosa del amor, el corazón se nos derrite y nos deshacemos en disculpas y en compensaciones.
Quizá la provocación ofensiva sea una manera de poner a prueba el amor que nos profesan. Si te fijas, sueles ofender a personas que te interesan (o mejor dicho, a personas a las que te interesa interesar por interesarte ellas a ti). No sabes pedir abrazos, y tampoco sé hasta qué punto te serviría una palabra de aliento o una palmadita en la espalda surgida de la espontaneidad de una persona. Creo que necesitas que el amor se manifieste tras un conflicto provocado por ti porque lo que buscas en el otro no es una comprensión parcial ni una simpática complicidad, sino una prueba de la aceptación incondicional de lo que eres y significas. En las mujeres y en los homosexuales buscas desseo, y en los hombres heterosexuales padres adoptivos. Te encanta, como a mí, que te adopten. No puedes tener amigos a secas, porque te aburres pronto de la sobriedad que la amistad “pura” trae aparejada. Eres absolutamente incapaz, salvo conmigo, de mantener relaciones de igual a igual. En Hank sé que ves no sólo a un compañero de lujo para alguna de esas aventuras salvajes que nos gustaría emprender en compañía de alguien externo a nuestra dualidad, sino a una especie de padre- amigo ante quien responder. De ciertas personas particularmente íntegras es complicado conseguir una mirada de envidia, pero no tanto una de orgullo semipaternalista (envidia sublimada del que, adoptando al “rival”, transforma la competición en tutela).
A mí me sucede otro tanto, aunque debido a mi sexo las interacciones se desarrollan a otros niveles y las sublimaciones se aplican sobre otros elementos de la ecuación. Probablemente yo en Hank no buscara tanto un padre como un amante protector. No sé si alguna vez cristalizaríamos la atracción mutua en sexo físico, pero lo que sí es seguro es que el sexo siempre estaría presente entre ambos (y por extensión, entre los tres). Imagínate la escena: tú y yo drogados o borrachos como cubas, y Hank llevándonos a casa a través de un laberinto de calles. Mientras diserta contigo sobre cualquier exaltación, me mete mano a mí por debajo de la falda. Ya ves, de nuevo los tópicos imaginarios de siempre: borrachera, exaltación, tríada, niños poderosos temporalmente indefensos (como ese embriagadísimo Baco al encontrarse con los marineros tirrenos que tratarán de engañarle), persona externa que se responsabiliza de que estemos bien a la par que se emborracha de nosotros como el que más. Un padre irresponsable y pervertido, alguien que nos quiera condicional e incondicionalmente a un tiempo (incondicionalmente en tanto en cuanto las condiciones sean X, Y, y Z), un amigo curtido en escándalos a quien escandalizar, alguien capaz de enamorarse de nosotros sin sufrirnos, alguien a quien conocer en el más puro surrealismo y con quien citarnos como en sueños, en un plano alejado en al menos tres grados de la realidad; alguien –y esto es lo más difícil- con quien escapar a esa sordidez con que culmina, sin que nada pueda hacerse para evitarlo, la toma exaltada y violenta de la ciudad por nosotros incendiada.

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