domingo, 10 de agosto de 2008

Hasta la modernidad siempre




Ayer reflexionaba, desmayada de gusto sobre la cama, acerca del papel del miedo en nuestra manera ultrahumana de afrontar la vida. Miedo a ser abandonados, miedo a decepcionar a aquellos que más nos admiran, miedo a traicionar confianzas ajenas a la de uno mismo, miedo a la bronca y a la desconsideración, miedo a la vulgaridad del propio rol, miedo al anonimato o al popularismo exagerado y al alcance de todos. No nos acabamos de fiar de lo que somos y en base a ese temor actuamos o dejamos de hacerlo. Es complicado detectar cuándo una persona está siendo infiel a su propia naturaleza, tanto por exceso como por defecto de actitudes, y tendemos a pensar que el exceso es más indicativo que el defecto a la hora de valorar el grado de autocompromiso de cualquiera.
Il faut être absolutement moderne. La verdad es que tengo serias dudas acerca de lo que significa el concepto de moderno, al menos en boca de Rimbaud. No sé si moderno implica una actitud de compromiso para con el propio tiempo consistente en dejar el reflejo de lo que uno es en relación a la época que le ha tocado vivir o sí por contra el concepto nada tiene que ver con esa definición, pero en cualquier caso tampoco conozco lo suficientemente bien el contexto de los simbolistas franceses como para aventurar un juicio sobre la modernidad de Rimbaud en ese sentido. Tampoco sé hasta qué punto la belleza de la vida del poeta llegó a superar la de su poesía, y cuanto más lo pienso más me convenzo de que en ningún caso fue así. La verdad es que, aunque conmovedoras en grado sumo por todos los rasgos de personalidad que implican, no creo que las actitudes de Rimbaud para consigo mismo puedan considerarse dignas de lo que nosotros denominamos belleza e intensidad de carácter. Independencia económica sí, pero, ¿a costa de qué? Que no volviera a escribir, pase; pero que eligiera, de entre todas las vidas posibles, la de un traficante de esclavos obsesionado con el dinero, me parece a mí un desatino vital de categoría que refleja más una patología que una verdad (y la verdad bien entendida es, como decía Keats, belleza). Teniendo en cuenta que a partir del siglo XVIII las enfermedades psiquiátricas recuperaron el estatus de extravagancia que les había sido arrebatado con la Ilustración y comenzaron por tanto a proliferar, puede que en este sentido la vida de Rimbaud fuera absolutamente moderna. Como criatura de su tiempo que era y, no digo yo que no, quizá desbordado por una lucidez que no supo o no quiso encauzar, optó por la locura y por lo que en su caso implicaba la modernidad.
El que ahora Rimbaud sea en sí mismo más poético que cualquiera de sus poesías no debería indignarte en contra de su producción literaria, porque creo que tiene que ver más con la manera humana de hacer uso de los símbolos que con la calidad de lo que el pobre obseso escribió. Los hombres tomamos hechos del pasado y, al considerarlos en retrospectiva y desde el más profundo desconocimiento, los elevamos a la categoría de epopeyas preciosas y ultragenuinas. La propia forma en que hablamos de nosotros mismos y de nuestras motivaciones añade uno o dos puntos de tragedia o de comedia, según el caso, a la tragicomedia que resulta ser siempre la realidad, también la nuestra. Por eso los retratos de vida de los artistas me levantan siempre una sonrisa. Aunque cualquiera sabe que la vida de cualquier persona, considerada en todas sus dimensiones, resultará siempre más interesante que una obra de arte en concreto, parecemos necesitar reforzar el interés de la vida, en tanto que vida humana, del artista, en un intento por que éste se eleve, elevándonos, por encima del resto de los hombres.

No alcanzo a imaginar de qué manera, siendo coherentes con nuestras naturalezas, podríamos dejar de amarnos. Repito, que ya sabes que me encanta: no hay nada más interesante que un ser humano en todas sus dimensiones. Si aprendemos a hacernos partícipes de esas dimensiones, como creo que ya estamos haciendo, no concibo modo alguno en que pudieras dejar de interesarme. Lo jodido es cuando por ese miedo del que te hablaba antes evitas que el otro participe de las facetas que te constituyen. Ahí sí que puedes alejarte y enamorarte de cualquiera, porque como en los inicios de las relaciones las personas se sienten lo suficientemente libres como para no ocultar por miedo aquellas cosas que en el fondo les apetece contar, cualquier compañía resultará más grata que la de esa persona de la que tanto se esconden. El enamoramiento del comienzo se pierde en parte debido a esa tendencia cada vez mayor a suavizarle al Otro la imagen que de nosotros guarda. Dejamos de sentirnos libres y, por tanto, interesantes. Todo lo que nos excita contar nos lo callamos por miedo a hacer daño, a que nos dejen, a que se sientan engañados por nosotros, ¡a que nos hagan lo mismo! Y entonces nos aferramos a cualquiera que nos de la opción de mostrarnos sinceros y en apoteosis de lo que somos, a cualquiera que nos reciba íntegros, en bruto y excitantes a rabiar. Todo eso, por supuesto, dura poco, y enseguida comenzamos de nuevo con el intercambio de simulacros y ocultación que es, en mi opinión, el principal motivo de ruptura de las relaciones que sí merecen la pena.
Mi mayor pecado contigo, venial gracias a tu profundo conocimiento de mí y a mi consecuente incapacidad para engañarte verdaderamente, es haber obstaculizado por miedo tu desentrañamiento progresivo de mi naturaleza. Superado eso, o en proceso de superación, sólo puedo pensar en que te amo y en que la vida a tu lado se me antoja cada vez más excitante. Cuando envejezcamos ya veremos lo que hacemos, si pegarnos un tiro o lanzarnos de cabeza a la piscina de Cocoon.

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