domingo, 10 de agosto de 2008

Remembranza breve


Hoy, como ayer, me recorren todo el cuerpo sensaciones procedentes del pasado que, por su intensidad, comienzan a resultarme más reales que las de mi propio presente. Su nitidez, empero, puede deberse a la evocación melancólica que de ellas realizo precisamente en el presente, y no a una mayor vigencia o realidad de las imágenes pretéritas frente a las actuales. El caso es que te echo de menos con toda una maraña de impresiones que, entrecruzadas en arabescos de intensidad sobre el pecho, me recuerdan visual, auditiva, olfatoria, gustativa y táctilmente todo lo que vivimos hace tres años: el modo en que nos conocimos y el arrebato emotivo que suponía la certeza de coincidir cada tarde en trilogía astral con aquel Krinos propiciador y esotérico, la despreocupación aparente del que fingía no interesarse por los planes de un tercero en un intento por parecer dueño de una situación que románticamente le superaba, la exhibición sexual e intelectiva que se ofertaba entre risas y descaros de la lengua; la preocupación continua y subrepticia por la posición del otro, y por la orientación de su cuerpo; el vino barato y embotador que me condicionó a responder al nombre de Alicia y me desmayó en tus brazos junto a los baños de nuestra primera segunda casa; mi jersey negro desgastado, mi cadena y mi mariposa doradas y mi falda roja de bruja recogida por encima de los muslos; el olor a lluvia y a sexo de tu urbanización el primer día que fui a tu casa, con la indicación de bajarme en la parada del Hospital, palpitante de ansiedad de ti e imaginando durante el trayecto en autobús el modo, momento y lugar en que me levantarías la camiseta y comenzarías a comerme las tetas; tus visitas a la facultad y nuestra intimidad creciente de lado a lado de la mesa, el calendario de adviento que en materia de regalos ofrendaste a mi impresionabilidad de niña mimada; la carrera enfebrecida calle arriba a la búsqueda del éxtasis supremo, con la sangre matizada de sustancias y el corazón entregado al galopar suicida que supuso y todavía hoy supone la conjugación de nuestros caracteres; tu peregrinación a la ciudad cada día, con las muletas cruzadas tras el manillar y bajo lluvias de intensidad variable, sólo por la urgencia y el desseo de mí; tu chupa negra de cuero y el modo obsceno que siempre has tenido de tocarme el culo, apretando y separando a un tiempo; el perfume Beyond Paradise y el efecto poderoso que a día de hoy produce sobre ti; el 24 de diciembre del 2005 junto a la FNAC de Callao, sentados en sendos taburetes de madera y mareando el tiempo hasta la hora de cenar con nuestras respectivas familias, haciéndote entrega del que fue quizá mi primer regalo, un DVD de Morrisey de portada eminentemente gay, y sintiendo por primera vez tristeza (por eso recuerdo el instante con tantos detalles) ente la idea de tener que separarme de ti para cenar en Nochebuena; el primer día que viniste a la facultad buscando coincidir conmigo y no osaste declinar mi invitación a un café (no gustándote éste en absoluto)

---podría continuar hasta el infinito---. Por ahora sólo me apetece decirte que te quiero con locura. Para bien o para mal, eres la única persona de la que depende la bonanza de mi estado de ánimo. Sólo me importa verdaderamente el estar a buenas contigo, y a veces pienso que en realidad eres el único ser humano al que quiero. El único cuya muerte constituiría para mí algo más que una anécdota, un punto de inflexión o un mal trago. Pero no voy a continuar por el lado de la muerte, que ya está bien de tanto pesimismo y de tanto pánico a la desintegración. Lo único que sé es que deberíamos empezar a movernos en pos de una mayor libertad. Vida sólo hay una y yo quiero vivir la mía contigo. Y lo quiero ahora, ya, en el mismo momento en que me apetece y no con cinco años de retraso en nombre de la prudencia.

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